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Por Marcelino Cereijido - Editorial siglo XXI
Elogio del desequilibrio


Este libro forma parte de la Colección de Divulgación científica “Ciencia que ladra”, y su autor, Marcelino Cereijido, doctor en Medicina por la Universidad de Buenos Aires hace 33 años que se desempeña como profesor titular e investigador en Fisiología Celular y Molecular de Membranas biológicas en el Centro de Investigación y Estudios Avanzados de México.


Tapa del libro “Elogio del desequilibrio, en busca del orden y el desorden en la vida”, por Marcelino Cereijido - Editorial Siglo XXI

 

 

 

 




 

 

 

Además de haber publicado 150 artículos científicos internacionales, Cereijido escribe libros de divulgación y ensayos. En este texto se propone acercar conceptos de la evolución para interpretar la realidad no como “un cúmulo de cosas sino de procesos que evolucionan” hacia estructuras que se organizan en los seres vivos.
Con una prosa de estilo ágil y ameno explica mediante los principios de la termodinámica la vida como un desequilibrio que le roba energía al orden del universo. Faba-Informa entrevistó al autor desde México a través del correo electrónico.

•¿Por qué razón se dedicó a la ciencia y no al ejercicio de la medicina?

Cuando a los 18 años ingresé en la Facultad de Medicina de la UBA, me proponía combinar una vocación (conocer la ciencia de la vida y la salud) con una profesión para ganarme la vida ejerciendo la medicina. Pero en 1955 por un cambio político en el país (derrocaron al gobierno de Perón) mi vida se cruzó con la de Houssay, Leloir, Braun-Menéndez, Paladini, Lanari que eran grandes investigadores y “me desviaron” hacia algo que me atrajo muchísimo más.


Doctor Marcelino Cereijido

En el texto se nota una obsesión por inculcar el concepto de que el universo no es una cosa sino procesos que evolucionan. ¿Con el conocimiento actual se puede prever cómo continuará esa evolución?

Los seres humanos, incluidos los científicos, daban por sentado que el Universo había sido creado por Dios en seis días, hacía unos 6.000 años, tal y como narra el Génesis Bíblico. En el Siglo 19 los diversos especialistas de la ciencia entendieron que el Universo no es una cosa, sino un proceso. Todas las disciplinas quisieron explicar la realidad como el estado actual de algún proceso: En ese siglo los geólogos aprendieron que montañas, ríos, mantos, continentes no habían sido siempre así como los veían ahora. Los astrónomos generaron modelos dinámicos de la realidad, que comenzaron con un tremendo Big Bang y siguen con estrellas que nacen y mueren. Los biólogos propusieron diversos modelos para explicar la evolución de las especies. Marx sabía muy bien que había ricos y pobres, lo que ahora quería encontrar era algún modelo explicativo que diera cuenta de cómo funciona la cosa y por qué en este momento hay clases sociales que luchan y cómo es que se acumula el capital y cuáles son las consecuencias. Los patólogos trataron de describir las etapas de procesos que llamaron diabetes, tuberculosis, cardiopatías. Como digo: querían explicar lo que veían ahora en la realidad-de-ahí-afuera por algún proceso que imaginaban. No importa por el momento si Marx, Freud, Darwin, Hegel, Claude Bernard estaban proponiendo procesos correctos, lo que cuenta es que eran procesos y no cosas ni situaciones creadas por Dios tal y como las veían.
Se pueden hacer muchos vaticinios acerca de cómo continuará esa evolución, pero resultan demasiado generales y ambiguos como para interesarnos. Por ejemplo: calculan que dentro de muchísimos millones de años, el Sol se transformará en una Gigante Roja que incinerará la Tierra.

¿Cómo se explica que las cosas vivas tengan “muchísima energía a baja temperatura”? 
Tal como trato de explicar en mi libro “Elogio del Desequilibrio” la energía que proviene del sol, atraviesa la biosfera y se disipa hacia el espacio nocturno, decae por millones de caminos, impulsa, provoca procesos que dan origen a estructuras, algunas de las cuales corresponden a cosas vivas.
Las moléculas biológicas tienen en sus enlaces químicos mucha energía, que obtienen cuando son armadas por el metabolismo. Las enzimas que aceleran miles de veces una reacción dada dependen, tanto en su estructura como en su función, de puentes hidrógeno, puentes hidrofóbicos, estructuraciones del agua en los resquicios moleculares que se destruirían si se aumentara la temperatura. Si calentamos un cultivo celular a 70 grados se arruinan sobre todo las moléculas que dependen de puentes hidrógenos, hidrofóbicos y configuraciones del agua (proteínas, DNA, RNA). Es en este sentido que digo que la vida tiene mucha energía a baja temperatura. “Baja” por supuesto, comparada con una caldera, la turbina de un avión, o una estrella.

En su libro usted puntualiza, “las religiones nacieron, entre otras cosas, como una forma de acallar las angustias ancestrales…”, ¿Se podría decir que mientras la religión encuentra respuestas en la fe, la ciencia siempre genera nuevos interrogantes y por lo tanto nunca satisface y produce mayor angustia?

Por una serie de circunstancias que resumo en mi libro “La Ciencia Como Calamidad”, que saldrá a circulación durante octubre de este año, así como el oso hormiguero hizo del comer hormigas su truco para sobrevivir, y el cactus lo hizo del saber retener agua y prosperar en climas y terrenos donde no podrían competirle una orquídea o un rosal, el ser humano hizo del conocer su herramienta fundamental. Se le hiperdesarrolló su capacidad de interpretar la realidad. Y por supuesto, esa capacidad es un producto evolutivo que continúa evolucionando. En un primer momento generó modelos animistas, posteriormente politeístas, luego generó monoteísmos y finalmente unas poquitas sociedades (las que hoy conforman el Primer Mundo) alcanzaron a generar una manera más avanzada de interpretar la realidad, que consiste en hacerlo sin invocar milagros, ni revelaciones, ni dogmas ni el principio de autoridad. A esta nueva manera de interpretar la realidad la llamamos “ciencia moderna”.
La capacidad de imaginar la realidad como un proceso que evoluciona, dependió de que el Homo sapiens generara en su mente una “flecha temporal” que nos permite abarcar pasados cada vez más viejos (hace un momento hablaba de que nos permitió pos-decir que el Universo comenzó con un Big Bang) y futuros cada vez más remotos y con el pre-decir que el Sol se convertirá en una Gigante Roja que nos calcinará. A partir de cierto momento, esa “flecha temporal mental” le permitió al Homo sapiens darse cuenta de que le espera un futuro en que habrá de morir. La perspectiva de morirse le causó una angustia tremenda.
Pero ahí salió a su rescate una cualidad que el Homo sapiens también había ido desarrollando, la de ser creyente. En Evolución hay algo que llamamos “adaptaciones”. Por ejemplo, si el oso hormiguero venía desarrollando su capacidad de sobrevivir comiendo hormigas, se habrán ido seleccionando individuos que pudieran digerirlas con cutícula, ácido fórmico, etc. Yo en cambio no podría competirle al oso hormiguero, pues no podría comer y digerir un kilo de hormigas. Si el ser humano venía haciendo del conocer su herramienta en la lucha por la vida, le fue esencial desarrollar algunas capacidades complementarias, más específicamente, la capacidad de ser creyente. Por ejemplo, yo no conocí a Tutankamón, ni a Julio César, ni estuve en la Primera Guerra Mundial, ni se me ocurrió el Teorema de Pitágoras, ni la Teoría de la Relatividad. Pero los fui incorporando con base en la crianza y la educación. ¡Ni siquiera inventé el castellano: simplemente se los creí a mis padres! La capacidad de ser creyente transforma a toda la humanidad, generaciones pasadas inclusive, en un descomunal embudo cognitivo que me transfiere todo lo aprendido por mis semejantes.

 


Elogio del desequilibrio
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