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Plaguicidas y salud humana
El Comité de Redacción de Acta Bioquímica Clínica Latinoamericana ha seleccionado este artículo publicado en CIENCIA HOY - Volumen 21 Número 122 (abril-mayo 2011 – enero 2011), para su difusión a través de FABA Informa


Hoja de tilo (Tilia cordata) atacada por el hongo Cercospora microsora. Foto Beentree, Wikimedia Commons

Marcelo Javier Wolansky
Departamento de Química Biológica,
Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, UBA


Cultivos, plagas y plaguicidas

Este artículo discute las características y los riesgos del uso agrícola de los plaguicidas que fueron descriptos en otra nota [‘¿Qué son los plaguicidas?’, Ciencia Hoy 2011; 21(122): 10-16]. Ese uso tiene aspectos comunes con su utilización residencial, y otros específicos de las tareas de producción, acopio y transporte de la materia prima de los alimentos. El presente texto no considera otras aplicaciones de esas sustancias, como el control de plagas transmisoras de enfermedades (por ejemplo, las vinchucas transmisoras del Trypanosoma cruzi, microorganismo responsable del mal de Chagas), o el desmalezado de caminos, parques y jardines.
Los cultivos y los centros de almacenamiento y distribución de alimentos están amenazados por plagas variadas, desde insectos voladores o caminadores, hasta malezas, roedores y hongos. En las distintas fases de su ciclo de vida, los cultivos presentan distinta susceptibilidad a las plagas. Un mismo cultivo, por ejemplo la manzana, puede requerir el uso de diferentes plaguicidas a lo largo del proceso de siembra, crecimiento de la planta, cosecha, acopio, transporte e industrialización.
Pero los evidentes beneficios del uso de plaguicidas químicos no están exentos de amenazas. En la actualidad se debate cuáles son los riesgos reales y dónde está el límite de lo que se puede considerar aceptable. La discusión se debe a: (i) la mayor conciencia pública de los riesgos de la contaminación ambiental; (ii) la globalización de los cambios ambientales, y (iii) las nuevas actitudes culturales y la nueva legislación sobre plaguicidas. A este respecto son ilustrativos los fundamentos de la Ley de Protección de la Calidad de los Alimentos de los Estados Unidos (Food Quality Protection Act).

Las plagas adquieren resistencia a los plaguicidas

En un plaguicida, el compuesto que actúa contra la plaga se llama ingrediente activo. Los plaguicidas comerciales pueden contener uno o más de esos ingredientes, acompañados de un número variable de sustancias inactivas. Los ingredientes activos actúan de diversas maneras. Por ejemplo, muchos insecticidas afectan el sistema nervioso de los insectos plaga, lo que les impide obtener suficiente alimento o reproducirse. A veces el individuo-plaga no muere de inmediato por efecto del producto, sino por inanición. La Tabla 1 muestra diversos modos de acción de plaguicidas con relación a una gran diversidad de plagas.
Si bien los plaguicidas son razonablemente eficaces, tarde o temprano aparece resistencia a ellos en las plagas. Esto se debe a que por lo común unos pocos individuos portan características gen éticas que los hacen menos vulnerables al producto, sobreviven a los tratamientos y logran reproducirse. Transmiten así ese rasgo a su descendencia, mientras los individuos más susceptibles mueren sin dejar descendientes. Las nuevas poblaciones adquieren de esta manera una resistencia al plaguicida que impide controlarlas con eficacia y, luego de algunos años de uso continuo del producto, se precisan hasta mil veces la cantidad de este que se recomendaba aplicar cuando se lo usó por primera vez. Es decir, los ingredientes activos dejan de ser efectivos en dosis aceptables. Usar cada vez más cantidad de plaguicida en cada tratamiento no sólo aumenta los costos sino también acelera la acumulación del ingrediente activo en el agua, el suelo, el aire y los alimentos, con el consecuente aumento del riesgo de exposición tóxica para la salud humana.

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Hay situaciones en que las áreas tratadas son muy extensas, por ejemplo, cuando se recurre a herbicidas que eliminan toda la cobertura vegetal. Tal es el caso de la soja en la Argentina, donde la variedad cultivada tiene resistencia a ese tipo de herbicidas, adquirida por ingeniería genética. Esos cultivos pueden recibir hasta cuatro aplicaciones del desmalezante por ciclo productivo sin que sufran daño significativo. Así se extiende un doble efecto indeseado: la aparición y difusión de resistencia en la plaga, y la diseminación de cantidades crecientes del plaguicida en el ambiente. Una forma de retrasar o reducir este problema es la rotación de cultivos y de plaguicidas con distintos ingredientes activos.

La cuestión toxicológica

La mayoría de los plaguicidas no afectan exclusivamente a los organismos contra los que están dirigidos. También tienen repercusión sobre los mamíferos, incluyendo la especie humana. Es fácil entender intuitivamente que si un mosquito pesa 50 mg y una persona 50 kg, las dosis de plaguicida que dañarían a uno y otro son bien distintas. Pero hay aspectos del uso de plaguicidas que impiden sacar conclusiones tan sencillas como la que sugiere esta comparación.
En primer lugar, cuando hablamos de plagas no nos referimos a unos pocos mosquitos en una habitación. Por lo común tratamos de repeler o eliminar a miles de gusanos, langostas y otros insectos que amenazan la siembra o la cosecha en áreas cultivables de cientos y aun miles de hectáreas. Pero las plagas nunca se eliminan: se las controla, es decir, se reduce su número o se las repele en forma temporaria. Además, ºlas extensiones tratadas con plaguicidas suelen estar en contacto directo o indirecto con áreas residenciales de cientos o miles de personas. Por estas razones, no hay forma de escapar para siempre de las plagas, ni de la exposición a pequeñas cantidades de plaguicidas.
En segundo lugar, los plaguicidas pueden producir efectos adversos de variada gravedad en nuestro organismo. A partir de ciertas dosis, son tóxicos tanto para las plagas como para las personas. Decir que una dosis es segura implica mucho más que afirmar que no provocaría una intoxicación aguda letal. Los efectos de los plaguicidas en los seres humanos varían según sus modos de acción, las dosis y las características de cada individuo. Pueden tener efectos reconocibles de inmediato o manifestarse con retardos de meses o años. Pueden ocurrir efectos reversibles, persistentes o permanentes.


Luego de una exposición aguda o acumulativa a plaguicidas pueden ocurrir efectos leves y pasajeros, como sarpullido o adormecimiento de los dedos; moderados, como crisis más frecuentes en los asmáticos; o graves, como convulsiones. Entre las consecuencias irreversibles más serias se cuentan malformaciones congénitas luego de exposición repetida durante períodos sensibles de la gestación, trastornos glandulares y cáncer. El rango de dosis capaz de producir efectos adversos de variada severidad es muy extenso, pero como regla general se cumple que a mayor dosis, mayor daño. Por ejemplo, en ratas, dosis de insecticidas piretroides hasta veinte veces menores que las que producen toxicidad severa bastan para causar alteraciones del movimiento.
En función de la que se observa en estudios de animales de laboratorio, es razonable suponer que si las personas se exponen repetidamente a pequeñas cantidades de plaguicidas a la largo de sus vidas, dejan de tener riesgo nulo de sufrir efectos adversos. Idealmente, se debería evitar todo daño previsible a la salud por el uso de plaguicidas. Cuidarnos de sufrir consecuencias leves y reversibles es la mejor manera de evitar daños graves e irreversibles. Pero en el mundo real las cosas son algo más complejas, porque los plaguicidas traen beneficios (por ejemplo, aseguran que haya suficiente cantidad de alimentos), de modo que la regla debería ser sólo aceptar riesgos que sean claramente y en forma verificable menores que esos beneficios.
En tercer lugar, los compuestos plaguicidas sufren transformaciones dentro y fuera de los organismos vivos, por las que, luego de cada aplicación, quedan residuos (con distintas estructuras químicas) que también pueden ser tóxicos. Además, los plaguicidas pueden contener uno o más ingredientes mal llamados inactivos, que modulan la actividad del ingrediente activo. Por ejemplo, la mayoría de los herbicidas actúan sobre sitios o procesos de las células vegetales que no existen en las animales, pero los productos de transformación y los componentes inactivos pueden resultar tóxicos para éstos, en especial los mamíferos. Esto podría suceder con herbicidas como el glifosato, aunque aún no hay evidencia científica y epidemiológica concluyente al respecto. Algunos insecticidas incluyen inhibidores de enzimas que degradan los ingredientes activos, para potenciar el efecto del plaguicida. Esas enzimas son mecanismos de defensa eficaces en los humanos, por lo que esos ingredientes adicionales también pueden potenciar la toxicidad para las personas.
Nuestra percepción de los riesgos y beneficios de los plaguicidas a menudo está deformada por falta de buena información, con el resultado de que tomamos actitudes negligentes. Los agricultores a veces aplican más plaguicida que el recomendado ‘por si acaso’. La conducta de la gente con los plaguicidas se basa en su educación, hábitos, emociones, experiencia, influencia de los medios de información y de la publicidad, y factores socioculturales.
Pero si toda la población mundial, tarde o temprano, queda expuesta en forma activa o pasiva y de manera reincidente a plaguicidas, y si todos somos vulnerables a ellos, ¿por qué los casos graves de intoxicaciones son la excepción más que la regla? Por tres razones que examinaremos sucesivamente: la variabilidad biológica del organismo, las medidas de prevención y las actitudes precautorias.

Representación de la variabilidad biológica

Representación de la variabilidad biológica teórica de una población: distribución de sus miembros según las dosis umbral de plaguicida que afecta su salud.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



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