home  
 
  ARG
^

General

Historias de vida - Segunda parte
Vivencias de un bioquímico durante la Guerra de Malvinas

A 28 años de concluida la guerra de Malvinas el 14 de junio de 1982, un bioquímico bonaerense testigo de los hechos se animó a compartir con sus colegas las memorias que guarda de la histórica contienda. Guillermo Pandolfi, bioquímico de Bahía Blanca nos acerca en esta edición su testimonio de los días vividos en las islas durante los 74 días que duró el enfrentamiento militar.

Por Guillermo Sergio Pandolfi
gpandolfi@fibertel.com.ar

La imagen en la costanera del pueblo era deprimente. Había nevado recientemente y un par de casas alcanzadas por la artillería inglesa aún ardían. Muchos conscriptos vagaban como sonámbulos, algunos sin casco, armamento ni equipo, tambaleantes por el cansancio, el  hambre y el stress padecido en los 3 últimos días. Eran combatientes que bajaban de las colinas aledañas al poblado, desplazados violentamente por la toma de posiciones a sangre y fuego del enemigo. En muchos casos no visualicé conducción militar responsable y algunos soldados deambulaban cual fantasmas entre la bruma ....

En la mañana del 15 de junio se cumplió el plazo de 24 horas y al desintegrarse finalmente el CIMM me dirigí caminando solo en búsqueda de mi unidad original BIM 5, de la cual no tenía certeza dónde y en qué situación había quedado luego de la feroz ofensiva inglesa de los últimos cuatro días.
Esa tarde conseguí ubicar al BIM 5 reagrupado en un galpón de las Falkland Island Co. cercano al Apostadero Naval y consternado tomé conocimiento de las bajas conocidas hasta ese momento. Entre los desaparecidos estaba mi conscripto ayudante de laboratorio en Río Grande, quien afortunadamente apareció al día siguiente luego de haber estado prisionero un par de días de un pelotón gurka. No había sufrido maltrato alguno e inclusive se había traído como souvenir una ración de combate inglesa sin abrir que le habían obsequiado sus captores: curiosidades de la guerra … 

El 16 de junio en otra mañana nublada, ventosa y fría emprendimos a pie la marcha de 8 km hacia el  “campo de concentración” ubicado en la península del aeropuerto, lugar destinado por el comando inglés para el confinamiento de nuestras derrotadas tropas, evitando así todo contacto físico con los vencedores.
Hasta ese momento y  pese a la rendición “cuasi” oficial todavía cada soldado contaba con su armamento personal, pero ya al pasar por el primer puesto de control patrullas inglesas apostadas a ambos lados del camino ordenaban tirar los fusiles FAL a un par de pilas ubicadas en ambas banquinas.
Al llegarme el turno y extender mi brazo para entregar mi pistola reglamentaria, única arma que me quedaba ya que mi FAL había quedado en la decomisada sala de armas del hospital, el inglés a cargo del puesto del lado de mi banquina me preguntó si yo era un oficial (en esta guerra no se utilizaban insignias distintivas para no facilitar la labor de eventuales francotiradores) pero mi casco tenía las clásicas cruces rojas de sanidad y seguramente por mi edad (30) y bigotes no aparentaba ser un conscripto. Ante mi lacónico y tarzánico  “Yes” el  inglés me indicó secamente que me la guardara nuevamente en su funda.
Sorprendido por la situación y algo desconcertado guardé mi arma y continué caminando junto al resto de los aproximadamente 9000 ó 10000 hombres que marchábamos pesadamente hacia el aeropuerto.
Posteriormente me enteré que éste para mí curioso episodio había sido otra muestra de la experiencia bélica inglesa, ya que en derrota los ejércitos suelen tener episodios de violencia entre propia tropa y a veces se hace difícil mantener la disciplina imprescindible en tan difíciles circunstancias.
Al ejército inglés ocupante en Malvinas le convenía evitar conflictos que pudieran motivar heridos y/o muertos en tropa argentina, la que ya estaba bajo el status jurídico internacional de “prisionero de guerra” y que por ende su cuidado y seguridad dependían del país vencedor.
Inglaterra fue en general respetuoso con el cumplimiento de la Convención de Ginebra: a un grupo residual de oficiales jefes que permanecieron  más tiempo prisioneros en San Carlos y luego en buques ingleses, llegaron inclusive a pagarles el “sueldo” de prisionero” de 16 libras que fijaba la Convención.

De mi corta esta etapa final como prisionero recuerdo haber sufrido mucho el frío, el viento, la  lluvia o nieve recurrentes: ya estábamos bien encima del durísimo invierno del Atlántico Sur.
Al  llegar al aeropuerto el panorama que vimos era desolador: producto de los bombardeos había cráteres y escombros por doquier, varios aviones destruidos y una multitud de prisioneros deambulando, muchos todavía sin conducción alguna, angustiados por la falta de lo más básico del ser humano: abrigo y comida.
Lo primero que hizo el Comandante del BIM 5 fue hacer levantar las prolongaciones de aluminio de la pista, desarmarlas e improvisar un vivac que en forma precaria nos protegiera de las inclemencias.
Vale resaltar que muchos de los soldados de este Batallón, por haberse replegado combatiendo, no disponían de colchonetas o mantas para cubrirse, por lo que únicamente contaban con lo puesto.
En los dos primeros días pasamos hambre, “oficialmente“ no había provisión de agua ni comida. Sin embargo un auténtico manjar fue comer aunque racionadas algunas latas de albóndigas con salsa que varios habíamos conseguido rescatar a último momento, “bien regadas” con un par de cucharadas de sachets de  dextrosa al 5 % que hallamos allí mismo bajo los escombros de un puesto de socorro.
Al tercer día las cosas comenzaron a mejorar: se había conseguido autorización para  traer víveres y medicamentos desde Puerto Argentino y también algunas cocinas de campaña.
Pese a que el stress residual por las impactantes situaciones vividas y la incertidumbre sobre cual sería nuestro futuro hacían su efecto, el liderazgo del Comandante (un correntino petisón muy carismático), muy cimentado en su ejemplo personal, permitió mantener elevada moral y un fuerte espíritu de cuerpo.

El día 18 el Comandante me llamó para informarme que través de la Cruz Roja el Comando inglés había autorizado un viaje de evacuación del personal enfermo (ya no había heridos). Por ende me designaba para llevar a 55 conscriptos que presentaban  diferentes patologías “comunes” al lugar que los ingleses decidieran, en ese momento se rumoreaba que podía ser la Isla Ascensión, Inglaterra o un lugar neutral como Brasil o Uruguay. Mi misión era no separarme nunca de ellos hasta entregarlos en el Hospital civil de Río Grande, Tierra del Fuego, donde como dije al principio tenía su asiento el BIM 5.
En varios vuelos de helicóptero Sea King me ocupé de llevar ese personal al Buque Hospital Bahía Paraíso. Finalizada la evacuación ya me quedé en el barco, donde me proveyeron de ropa interior limpia y un plato caliente de sopa , pudiéndome bañar y afeitar después de por lo menos 10 ó 12 días.
Enseguida recibimos con gran alegría y gritos de júbilo la noticia de que el buque hospital había sido autorizado a dirigirse a Punta Quilla, Santa Cruz, lugar muy cercano a mi destino final Río Grande.
Llegamos a este puerto aproximadamente a las 8 hs. del domingo 20 de junio. Apenas bajé de la planchada tocando tierra firme se me presentó el Contralmirante IM Busser, Comandante  del Teatro Operaciones Atlántico Sur, quien me informó que éramos el primer contingente de IM que regresaba de las islas. Amablemente me pidió que le comentara lo que sabía respecto de la situación del BIM 5 y de otras unidades de IM remanentes en Puerto Argentino.  Conversamos unos 10 minutos, lo puse al tanto de mi misión y por ende enseguida me consiguió un avión naval y a la hora de arribar ya estábamos todos en vuelo a Río  Grande.
En ese aeropuerto ya nos estaban esperando varios vehículos y ambulancias y el ambiente era de gran conmoción, porque éramos los primeros en volver a una ciudad que había estado totalmente comprometida civil y militarmente con este tan particular conflicto bélico.  
Luego de entregar mis 55 evacuados lo primero que hice fue llamar a mi esposa a Bahía Blanca, quien no tenía noticias mías desde hacía 10 días, justamente aquellos que habían decidido la contienda. Es de imaginar su emoción y alegría (espero que haya sido sincera ¡¡¡) al enterarse que yo estaba sano y salvo.
Luego y como correspondía, me presenté en “mi” cuartel del BIM 5 donde fui recibido por el Comandante del BIM 3 de La Plata, unidad que se había hecho cargo transitoriamente de las instalaciones edilicias, como reserva en previsión de algún conflicto fronterizo con Chile en esa zona.
Durante 2 horas le informé el estado general del BIM 5 hasta el momento en que la había dejado el día 18 y  también un detallado informe sobre mi experiencia desde el día de mi arribo a las islas. 
Luego de pernoctar esa noche en mi casa (vacía desde el 10 de abril), al otro día y ante mi sorpresa, el  Comandante “ocupa”  manifestó su intención de hacerme quedar varios días más en Río Grande a los efectos de que prestara declaración ante los responsables de Inteligencia naval. Esta situación me obligó a expresarle muy enérgicamente mi firme deseo de intentar reunirme con mi familia lo antes posible, ya que mi esposa el 3 de mayo había tenido nuestra segunda hija y lógicamente estaba ansioso por conocerla.
Tuvimos un tenso cambio de palabras y tal vez en otras circunstancias dada la estructura militar en que yo revistaba, mi actitud altanera hubiera merecido alguna reconvención verbal o hasta una sanción reglamentaria formal. Pero seguramente mi aspecto demacrado por los 7 kilos de peso perdidos, el cabello muy encanecido repentinamente y sobre todo lo inoportuno de provocar un incidente con un oficial arribado del frente bajo fuerte stress residual,  incidieron para que criteriosamente reviera su postura.
Algo a regañadientes ordenó a su ayudante que me gestionara un pasaje a mi ciudad.
Finalmente a las 23 horas del 21 de junio, luego de 74 muy especiales días pude volver y abrazarme entre lágrimas con mi familia en Comandante Espora, el aeropuerto de mi ciudad natal Bahía Blanca.

Comentarios finales

1. El CIMM tuvo 1990 internados en los 65 días que estuvo funcionando. Hubo 671 evacuados al continente.
Sepultó por si mismo 32 muertos y entregó 12 más al enemigo en la rendición. De este total de 44 sólo 2 murieron en el Hospital, 42 le llegaron ya fallecidos.
Su dotación total en la última etapa del conflicto fue de 120 hombres de las 3 Fuerzas, que incluía 51 profesionales universitarios y entre ellos 45 médicos de diferentes especialidades. 
El principal inconveniente de la sanidad en combate de Malvinas fue que el Hospital de Campaña no pudo recibir desde el frente a los heridos dentro del “período de oro”, o sea las 2 horas post injuria que es el período donde un centro quirúrgico salva vidas y baja la mortalidad (enseñanza  de Vietnam).
La atención en primera línea fue sumamente dificultosa y quebró el concepto de la asistencia rápida de los heridos de guerra: lo escabroso del terreno hacía imprescindible el uso del helicóptero en la evacuación y prácticamente no pudimos disponer de ellos. Por ende en general las bajas llegaban por tierra al hospital transcurridas más de 6 horas después de haber sido heridos.
Luego de la gran ofensiva final de los 4 últimos días la gran mayoría de los muertos permaneció en el terreno y fueron sepultados posteriormente por el trabajo conjunto de  ingleses y prisioneros argentinos.   

2. EL BIM 5 fue la más destacada de las unidades terrestres argentinas por su desempeño en combate.
No solamente se hizo merecedor de las máximas condecoraciones que otorga la Nación Argentina sino que su actuación fue elogiada en múltiples publicaciones especializadas del exterior, sobre todo las inglesas basadas en el testimonio directo de excombatientes de esa nacionalidad.
Debido a su accionar directo el bando vencedor le adjudicó responsabilidad en 300 bajas propias.
Las bajas del BIM 5 fueron 16 muertos y 68 heridos, muchos con graves secuelas.
Del heroísmo de sus conscriptos, suboficiales y oficiales dan fe gran parte de las 4.880.000 citas que pueden observarse simplemente tipeando “BIM 5” en el buscador Google.

3. En el año 1985 solicité mi Baja Voluntaria de la Armada convirtiéndome nuevamente en un civil.
Desde ese momento he  mantenido siempre un perfil muy bajo respecto a la gesta de Malvinas y casi no he participado en actos oficiales ni integro organizaciones de excombatientes de las diversas que existen.
Es muy probable que sea debido a que pese al tiempo transcurrido y por más que ciertas desgracias familiares retemplaron mi espíritu, aún hoy no pueda evitar que me invada una tristeza muy íntima y profunda al ver el epitafio que los ingleses pusieron en las blancas cruces del Cementerio de Darwin:
“ Aquí yace un soldado argentino sólo conocido por Dios” 

 

Datos del autor

Guillermo Sergio Pandolfi nació el 25 de junio de 1952 en la ciudad de Bahía Blanca y se graduó de Químico (1973) y Licenciado en Bioquímica (1975) en la Universidad Nacional del Sur. Es especialista en Bromatología con orientación en Aguas y se ha desempeñado como Perito Químico en la Justicia Federal y docente dando cursos y conferencias en Congresos Nacionales y Latinoamericanos así como también en la Fundación Bioquímica Argentina y las Universidades Nacionales del Sur y Tecnológica.
Diplomado en Gerenciamiento Empresarial en la Universidad del Sur, actualmente es el gerente comercial del Laboratorios IACA de Bahía Blanca.

 

Segunada Parte
Vivencias de un bioquímico durante la Guerra de Malvinas
A una década del Proyecto
Genoma Humano
Vacunación contra la hepatitis B: Una reglamentación que no siempre se cumple
Noticias de nuestros anunciantes
Implementan el Primer
Laboratorio de Análisis Clínicos
Automatizado de la Argentina

Convocatoria para donar sangre

Optimizado para 1024x768px l Recomendado: Explorer 5.0 ó superior.
Soporte Técnico: webmaster@fbpba.org.ar l Diseño:
info@naranhaus.com
Copyrigth © 2003 l Federación Bioquímica de la Provincia de Buenos Aires: secpres@fbpba.org.ar