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GLIFOSATO: ¿cómo se toman decisiones y se informa al público?
El Comité de Redacción de Acta Bioquímica Clínica Latinoamericana ha seleccionado este artículo publicado en CIENCIA HOY - Volumen 19 Número 112 (agosto - septiembre de 2009), para su difusión a través de FABA Informa.

Hace algunas semanas, los medios periodísticos concedieron considerable espacio a noticias de investigaciones científicas sobre los efectos de un herbicida llamado glifosato en el desarrollo de embriones de anfibios. Las inferencias implícitas en la difusión de esas noticias fueron que el uso del herbicida constituye un peligro para la salud humana y que debería ser prohibido, pero inmediatamente se elevaron voces que cuestionaron esas inferencias y se pasó a una puja política y de intereses antes que a una confrontación de evidencias y argumentos. No es propósito de este editorial emitir opinión sobre esos posibles efectos sino señalar que en temas como éste es importante recurrir a enfoques y modos de análisis que, hasta el momento, brillaron por su ausencia.
El glifosato (técnicamente N-fosfonometilglicina, fórmula C3H8NO5P) es un compuesto químico muy utilizado en la agricultura actual. Aplicado sobre las hojas de cultivos o malezas alcanza sus raíces y otros órganos subterráneos y elimina toda la cobertura vegetal viva del suelo. Su adopción masiva en la Argentina comenzó hacia mediados de la década de 1990, de la mano de dos procedimientos de grandes consecuencias en la forma de cultivar la tierra: la siembra directa y el uso de cultivares transgénicos (o variedades transgénicas de las especies cultivadas).
La siembra directa, es decir, la que se realiza sin arar los campos posibilita hacer agricultura con una mínima remoción del suelo, lo que protege a éste de la erosión del agua y del viento. Los cultivares transgénicos son similares a los convencionales, salvo que, por procedimientos de ingeniería genética, se les agregaron ciertas características particulares, como, precisamente, resistencia al glifosato. La combinación de estas dos tecnologías permite, idealmente, cultivar la tierra con mínima erosión del suelo y controlar las malezas casi exclusivamente con el glifosato, lo que simplifica el manejo agrícola y reduce marcadamente los costos de producción.
La Argentina es el tercer productor mundial de soja. Prácticamente la totalidad del grano que se siembra tiene incorporada la tolerancia al glifosato. En otras palabras, el producto constituye uno de los pilares del esquema productivo actual de la oleaginosa. El herbicida también se utiliza en otros cultivos, como maíz y algodón, pero en menor medida. En la actualidad representa, en volumen, más del 60% del total de productos fitosanitarios comercializados en el país, y más del 80% del mercado argentino de herbicidas. Desde el punto de vista toxicológico, está clasificado como de bajo riesgo tanto por la Organización Mundial de la Salud como por la Secretaría Nacional de Sanidad Agroalimentaria (SENASA).
La polémica desatada en torno al glifosato mencionada al comienzo de este editorial se originó en la difusión de resultados de estudios recientes realizados en el Laboratorio de Embriología Molecular y Neurociencias de la Facultad de Medicina (UBA). Las noticias periodísticas indicaban que se habría demostrado que embriones de la rana Xenopus laevis expuestos a distintas dosis del herbicida habrían sufrido cambios en su largo, en el tamaño de la zona cefálica, en el tamaño de ojos y otros.
La difusión de esos resultados tuvo dos particularidades: fue realizada en el ámbito político del Ministerio de Defensa y no en un ámbito académico y fue enviada a la prensa general antes de pasar por el tamiz de una publicación científica sujeta a controles de calidad. Ambas características se apartan de las prácticas aceptadas por las comunidades científicas local e internacional.
A lo anterior siguieron una prohibición del Ministerio de Defensa de utilizar glifosato en predios rurales de su jurisdicción, declaraciones del ministro de Ciencia y Tecnología aclarando que el Conicet y el ministerio no hacen necesariamente suyos los resultados que obtienen sus investigadores, comunicados de prensa por parte de entidades agropecuarias rechazando la implícita generalización de las conclusiones, denuncias de amenazas y presiones diversas, y declaraciones de científicos e intelectuales defendiendo ‘la autonomía del sistema científico y universitario frente a la intervención mercantilista de los sectores con poder económico’. Una verdadera tormenta que, sin embargo, careció de los elementos básicos para convertirse en un debate esclarecedor.
El primero de esos elementos es establecer qué se sabe en la Argentina sobre el glifosato. Teniendo en cuenta que una proporción importante del sistema científico nacional está constituida por los aproximadamente ciento treinta centros de investigación pertenecientes al Conicet, un examen de las actividades de los investigadores de ese organismo indica que el sistema científico dedica al glifosato razonable caudal de atención.
En la órbita del Conicet hay una decena de centros de investigación con, por lo menos, una línea de trabajo asociada con el herbicida. De un total de aproximadamente doce mil investigadores formados y becarios que pertenecen a la institución, unos doscientos estudian algún aspecto del glifosato. Un análisis similar sobre investigación relacionada con el ibuprofeno, un principio activo ampliamente difundido en el sistema de salud, muestra que lo estudian unos sesenta investigadores en cinco institutos. Considerando que en las universidades nacionales también se realiza una parte significativa de la investigación científica, las cifras citadas indican que en la Argentina hay numerosos científicos que conocen por lo menos algún aspecto del tema, los que en principio no fueron consultados, como hubiese convenido hacer, para dirimir el debate.


El segundo elemento ausente fue considerar qué aspectos del glifosato estudian estos doscientos investigadores. El grueso de sus temas de trabajo apunta a comprender la acción del herbicida sobre ecosistemas acuáticos, poblaciones de malezas y de insectos, microorganismos y componentes químicos del suelo y el desarrollo de embriones (como en el caso que nos ocupa). Muy pocas investigaciones apuntan a los aspectos tecnológicos del herbicida y ningún estudio se refiere a sus efectos sobre la salud humana.
Esta información indica, por un lado, que el esfuerzo de la investigación local se centra fundamentalmente en establecer y cuantificar las consecuencias ambientales del herbicida, un contexto en el que hubiese sido deseable haber discutido las investigaciones de la Facultad de Medicina. Por otro lado, también revela una notable ausencia de conocimiento científico de producción vernácula acerca de la posible acción del herbicida sobre la salud de las personas, tema que, sin embargo, produjo la rápida difusión del estudio que comentamos y estuvo en el centro de las preocupaciones manifestadas por diversos opinantes.
En tercer lugar, tampoco se trató a colación lo que se sabe en otros países sobre el asunto. Recuérdese que la contribución del sistema científico argentino al conocimiento global es sumamente modesta. Por ejemplo, datos de la Web of Science indican que de los casi 4.700 artículos científicos publicados en el mundo sobre glifosato desde 1975, solo el 1,5% fue escrito por investigadores residentes en la Argentina. Esta participación relativa no difiere demasiado de la que se verifica en otras áreas de investigación, y demuestra que, aun cuando el conocimiento de origen local no sea demasiado nutrido, siempre hay información generada en otros contextos que nos puede orientar.
Finalmente, tampoco se puntualizó a quién consultar ante problemas de este tipo. No escapa a nadie la tremenda heterogeneidad de la información disponible en internet, la fuente actual más generalizada. Tampoco es desconocido que su valor es extremadamente irregular, y que no es tarea fácil para un usuario lego pero genuinamente preocupado por el problema llegar a conclusiones razonablemente fundadas. Pero existe información avalada por entidades gubernamentales y no gubernamentales de trayectoria reconocida, a la que se puede recurrir. En el caso particular del glifosato, el SENASA, el Conicet, muchas universidades y el INTA son ejemplos de buenas fuentes locales, mientras que la Organización Mundial de la Salud, la Organización Panamericana de la Salud y la FAO son buenas fuentes del ámbito internacional, como lo son los ministerios de agricultura de varios países avanzados. En cuanto a la literatura científica, es importante recordar que aquella publicada por editoriales o revistas que recurren a la evaluación de pares es la única que se puede presumir confiable.
En el caso que comentamos, y al igual que en otras discusiones similares, los participantes no sólo omitieron un análisis cuidadoso de los items anteriores sino que se
polarizaron de inmediato en defensores acérrimos y denostadores. En sus versiones extremas, los primeros intentaron convencer a la sociedad de que el glifosato es una panacea tecnológica, mientras que los segundos centraron sus argumentos en las supuestas intenciones de compañías multinacionales que se apropian inescrupulosamente de los beneficios financieros generados por la comercialización del herbicida.
Sin embargo, como en todos los problemas complejos, difícilmente alguna de estas posiciones extremas conduzca a comprender qué está en juego. Una vez más, a pesar de la índole tecnológica del problema, la información básica sobre sus características, incluyendo sus eventuales efectos sobre el ambiente o las personas, estuvieron ausentes del debate mediático.
La ciencia no puede decidir sobre la conveniencia social de prácticas tecnológicas. Pero puede ilustrar a la sociedad sobre ellas, para que ésta esté en condiciones de resolver con madurez sobre su conveniencia. Ello es particularmente importante en situaciones que pueden afectar la salud humana. Como ya se comentó alguna vez, la sociedad necesita que las discusiones públicas de cuestiones complejas con raíces científicas o tecnológicas ilustren al público sobre las evidencias fundadas y sobre los aspectos que genuinamente se ignoran, para que cada ciudadano pueda formarse una opinión.
En tiempos en que el país padece del agudo y persistente enfrentamiento entre el sector agropecuario y el gobierno, tanto la prensa como el sistema científico y los dirigentes políticos parecen poco interesados en esclarecer racionalmente el debate, en garantizar su encuadre en un contexto de estricta ética profesional y en proporcionar al público una visión desinteresada que le permita adquirir claridad intelectual sobre un problema controvertido y complejo.


GLIFOSATO: ¿cómo se toman decisiones y se informa al público?



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