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La fiebre que viene de la selva
Alarma amarilla
La enfermedad circula en forma natural en la selva pero puede llegar a las ciudades donde entra en juego el Aedes aegypti, un mosquito urbano. Son mucho los factores vinculados al fenómeno, como la urbanización desordenada, la deforestación y el cambio climático. La prevención no sólo incluye la vacuna, sino también el control del vector.

El Comité de Redacción de Acta Bioquímica Clínica Latinoamericana ha seleccionado este artículo publicado en la Revista EXACTAmente, n.º 39, junio 2008, para su difusión a través de FABA Informa

Por Carla García Nowak carlanowak@gmail.com

Mosquitos, urbe, selva, deforestación, cambio climático, monos, vacunas, viajantes, especies exóticas, globalización y comercio mundial. ¿Pueden estos conceptos aparentemente disociados conjugarse ante una misma amenaza? La fiebre amarilla, una enfermedad viral aguda e infecciosa que desde hace 40 años no se hacía escuchar en la Argentina, los arroja sobre la mesa y plantea una nueva discusión.


Entre 1870 y 1871, una gran epidemia de fiebre amarilla azotó Buenos Aires, e instaló definitivamente el tema de la salud pública en el debate político. De unos 190.000 habitantes que tenía la ciudad en aquel momento, murieron 14.000. Se colmaron los hospitales, se habilitaron lazaretos provisorios, se despobló la zona que actualmente ocupa San Telmo y Montserrat, y la gente emigró hacia la zona norte. En tanto, el gobierno nacional decretó feriado en todos los ministerios y oficinas públicas y se cerraron bancos, escuelas, iglesias y comercios. Mientras que el índice normal de fallecimientos diarios no llegaba a veinte, hubo momentos en que murieron más de quinientas personas por día.
Para que esa epidemia sucediera fue necesario, además de la presencia del virus de la fiebre amarilla, el Aedes aegypti, mosquito que actuó como vector. Cuando este fenómeno epidémico sucede en las ciudades, se habla de fiebre amarilla urbana (FAU), mientras que cuando ocurre en las selvas, y son otras las especies de mosquitos que actúan como vectores, se lo llama fiebre amarilla selvática (FAS).
Se sabe que las especies exóticas pueden afectar la salud pública, sin embargo, es poco conocido que el vector del la FAU es una especie exótica vinculada, en particular, al tráfico de esclavos. El doctor Nicolás Schweigmann, investigador del departamento de Ecología, Genética y Evolución de la FCEyN-UBA, señala que el Aedes aegypti tiene su origen en África, en la selva de Etiopía. Este insecto se criaba en huecos de árboles y plantas, y, aparentemente, sus larvas fueron transportadas en los toneles de agua que llevaban los ingleses en sus barcos, junto con el cargamento de esclavos. Cuando atracaban en algún puerto, el mosquito se instalaba.
Estos insectos siguieron la ruta del hombre, se adaptaron, se domiciliaron en las poblaciones, y se convirtieron en un fenómeno exclusivamente doméstico. Los mosquitos traídos por los ingleses prefieren la sangre humana, probablemente porque venían en los barcos, donde sólo había gente.

Cuando la fiebre entra a la ciudad

La FAU ocurre cuando un Aedes aegypti pica a una persona con el virus de la fiebre amarilla en su sangre (período de viremia) y adquiere la infección. Luego, cuando este mosquito pica a una persona susceptible, le transmite la enfermedad, que ya puede propagarse, según explica el doctor Ricardo Gürtler, investigador del Laboratorio de Eco-Epidemiología de la FCEyN.
Actualmente, en Buenos Aires, como en muchas otras ciudades del país, no existe la fiebre amarilla urbana. Sin embargo, debido a la proliferación y extensión de la distribución geográfica del mosquito Aedes aegypti, también vector del dengue, aumenta el riesgo de un brote y hasta de una epidemia ante la llegada del virus a las urbes pobladas con personas susceptibles a él, es decir, las que no fueron inmunizadas con la vacuna contra la enfermedad.
“Nuestra preocupación en Buenos Aires es que llegue una persona con el virus en su sangre e infecte a los mosquitos que tenemos acá. Hemos dejado que se instale el A. aegypti, está preparado el campo para que entre el virus y se propague la enfermedad”, advierte Nicolás Schweigmannn. Cuando se dan brotes de fiebre amarilla en una ciudad, la transmisión es muy rápida, pues afecta a muchas personas en muy poco tiempo. El especialista recuerda que, “cuando Buenos Aires tenía 190 mil habitantes, murieron 14 mil personas y se enfermaron 60 mil en sólo 100 días”.
En el caso de la persona contagiada en el parque provincial Piñalito -en el nordeste de la provincia de Misiones-, el responsable no fue el A. aegypti, sino que se trataría de alguna de las dos especies de mosquitos -Haemagogus y Sabethes-, que viven en ambientes muy húmedos de la selva, donde actúan como vectores de la fiebre amarilla.

Refugio en la selva

“Cuando uno está en la selva y no escucha los gritos de los monos, es porque algo está pasando. Esos grandes silencios dicen que hay fiebre amarilla”, alerta Schweigmann.
Esta enfermedad, en la naturaleza, circula principalmente entre primates, ellos son los verdaderos reservorios; es el caso de los monos Carayá -Alouatta caraya y Alouatta fusca (caraya rojo)-, que mueren fácilmente de fiebre amarilla. Pero hay otras especies de primates que pueden servir de reservorios con diferente competencia para el virus.
Gürtler advierte que “el hombre entra en la selva para deforestar, construir caminos -como sucede en Brasil, en la selva amazónica-, construir represas, criar ganado, explotar la minería, o para cazar, y produce una invasión del medio silvestre”.
En Misiones, en el Parque Natural Piñalito, hay señales de epizootias -epidemia en la fauna silvestre-, ya que han aparecido muchos monos muertos. “Los orígenes de las epizootias pueden ser múltiples, ya que circulan otros virus diferentes del de la fiebre amarilla. y en este caso particular, la epizootia en el norte de Argentina es concurrente con otras en más de cien localidades en Brasil, donde han informado que tienen alta mortalidad de monos”, indica Gürtler.
Además, agrega, la fiebre amarilla selvática funciona como una oleada, es decir, se propaga como una onda, porque el virus es tan letal que no puede persistir en una misma zona, ya que mata a gran cantidad de monos. Al morir éstos, el virus se queda sin reservorios.
Entonces, ¿cómo se mantiene el virus? A través del contacto en cadena entre monos susceptibles e infectados que se hallan en condiciones favorables para la transmisión (monos, mosquitos, vegetación, clima). La epizootia funciona como una lengua de fuego que se desplaza en un incendio en un pastizal o bosque seco. El fuego no puede persistir donde se quemó todo el pastizal o el bosque.
En la selva el virus circula en forma permanente. Gürtler detalla: “si una persona se infecta en la zona de riesgo (hábitat silvestre) y, mientras tiene viremia –durante unos pocos días- viene para Buenos Aires y es picado por un A. aegypti, se podría generar un pequeño brote local”.
Existe un cierto riesgo de que la fiebre amarilla se urbanice, porque la gente que va a la selva sale de ella y vuelve al pueblo o a la ciudad y allí hay abundancia de A. aegypti. Es lo que ocurrió en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) en 1997. En uno de los focos de fiebre amarilla recientes en Paraguay, existen dudas sobre cuál fue el vector responsable de los casos locales, ya que encontraron Haemagogus además de abundancia de A. aegypti alrededor de las viviendas de los enfermos. “Hay que investigar si son casos urbanos o selváticos”,destaca Gürtler.
Además, es claro que las ciudades avanzan y crecen sobre la selva. Al respecto, Schweigmann comenta que “en una ciudad de la provincia de Corrientes, hay monos en los árboles de las calles, lo cual acerca la posibilidad de la urbanización de la fiebre amarilla”.



Una compleja trama

Desde 1967 no se notifican casos de fiebre amarilla en humanos en la Argentina. Pero ¿por qué ahora regresa? Para Gürtler, “no está claro por qué resurge la fiebre amarilla en la Argentina después de tanto tiempo, pero hay evidencias que vinculan estos brotes con la urbanización desordenada, la deforestación, la degradación ambiental y el cambio climático. Algunas de estas probables causas tienen más asidero que otras”.
Por otra parte, el especialista, que también estudia el Chagas y el dengue en Clorinda (Formosa), señala que “las características de extrema letalidad del virus de la fiebre amarilla la convierten en una enfermedad aguda, no crónica como el Chagas, sino que funciona en forma más parecida a la de la rabia silvestre y otras enfermedades que ocurren en ciclos y se mueven por ondas. Es decir, hay períodos en que baja mucho la incidencia y la enfermedad parece desaparecer”.
Para saber acerca de esos ciclos y de su circulación es necesario montar un sistema de vigilancia y monitoreo. “En Brasil y Venezuela se monitorea la ocurrencia de muertes frecuentes en la población de monos”, agrega.
Por su parte, Schweigmann, que está realizando el monitoreo de mosquitos en Costanera Sur, asegura que nunca se ha encontrado al vector A. aegypti en ambientes silvestres de la Ciudad de Buenos Aires. “Creemos que ello se debe a que no está bien adaptado; y los propios depredadores se los comerían por la gran diversidad que hay en esos ambientes”.
Pero, ¿por qué proliferan en los domicilios? “En las casas en general no hay una gran biodiversidad, no hay una fauna importante de insectos, por eso se piensa que se adapta tan bien. Además prefieren la sangre humana”, explica.
Según detalla el especialista, una de las zonas más infectadas de A. aegypti es Chacarita hasta la General Paz, ya que allí encuentra sangre humana en un tipo de construcción especial: casas con jardín.
“Así es como no se encuentra en microcentro, en la zona de Belgrano, en Retiro, en aeroparque o en el puerto o donde hay alta concentración poblacional. O sea, no hay donde no hay gente, o donde hay mucha gente”, indica.

Etapas de la enfermedad

Por Lilian Ferré
lilian@bg.fcen.uba.ar

“La fiebre amarilla es una enfermedad infecciosa de origen viral cuyos síntomas son muy variables y dependen de la forma clínica que presente el paciente”, explicó el doctor Jorge Benetucci, jefe del Departamento de Infecciosas del Hospital Muñiz. “El periodo es de 3 a 6 días y el comienzo es brusco, con fiebre alta, escalofríos, intensas cefaleas, náuseas, vómitos, dolores musculares y postración, describe el infectólogo, y destaca que “estas características se corresponden con la etapa en que hay virus circulante”. La enfermedad continúa con una “etapa roja”, en la cual toman un tono carmesí. La calma sobreviene luego, con una falsa mejoría de horas o días, tras las cuales resurge con más fuerza en la última fase, aguda o de intoxicación. Benetucci, que también es profesor en la Facultad de Medicina de la UBA, enumera los síntomas: fiebre intensa, hemorragias gastrointestinales e ictericia (que definen la “etapa amarilla” producto de severas lesiones hepáticas. “Estas se acompañan de delirio, oliguria, a veces falla renal, caída de las plaquetas en sangre, aumento de la urea y creatinina y la presencia de hipoglucemia, acidosis y shock, son elementos de muy mal pronóstico, que llevan a la muerte”, afirma.
Hasta el presente, no existe un tratamiento eficaz. En los casos graves puede indicarse un tratamiento de soporte: rehidratación, administración de oxígeno, antitérmicos y protectores gástricos para evitar hemorragias. Las personas que logran vencer la enfermedad “quedan con inmunidad definitiva”, asegura Benetucci.

 

El camino de la prevención

“Lo que observarnos es que las campañas, propagandas y difusión no alcanzan, porque sirven mientras se insista de manera constante, pero una vez que se cortan, pierden utilidad”, comenta Schweigmann.
Y agrega, “El tema de los tachitos, de los platos bajo maceta, todo aquello que tiene que ver con el ordenamiento ambiental domiciliario en algún momento va a tener que ser parte de nuestra educación. Quizás sea obligatorio después de una gran epidemia cuando muera mucha gente”.
Para Schweigmann, “es fundamental que la población elimine la chatarra que tenga en los jardines. También en los cementerios, que pongan arena en los cacharros, descartar lo viejo y no dejarlo arriba con la boca mirando al cielo. Lo mismo con las escuelas, los baldíos donde hay autos acumulados por más de diez años, que se convierten en criaderos de mosquitos y otras especies como ratas”.
Otro factor de prevención es la vacunación. “La vacuna es efectiva, bastante segura y barata, y la frecuencia de reacciones adversas es baja”, asegura Gürtler. La vacuna puede prevenir los brotes de FAU. “La única manera real y efectiva de prevenir cuando uno viaja a una zona de riesgo -subraya- es aplicarse la vacuna con el tiempo indicado, al menos 10 días antes de llegar al lugar de riesgo”. La segunda medida preventiva es no entrar en contacto con el mosquito, es decir, usar repelentes. La revacunación, según la OMS, debe hacerse cada diez años. “Volver a aplicarse una dosis en menor tiempo puede provocar efectos colaterales, como reacciones autoinmunes”.
Asimismo, Schweigmann explica que “si uno no sale de Buenos Aires, es más riesgoso sufrir un efecto colateral por la vacuna que sufrir la fiebre amarilla. Pero si se viaja a una zona de riesgo, como por ejemplo Misiones, conviene vacunarse”.
Sin embargo, apunta que en las ciudades la verdadera prevención es el control del vector. “Si no tuviéramos A. aegypti en Buenos Aires, sería imposible que se diera un brote en la ciudad. Tenemos el vector por desidia, por desconocimiento, porque no miramos nuestra casa como parte del ambiente, y porque no tenemos educación ambiental”, sentencia.
Es importante tener en cuenta que, según describe Gürtler, el virus de la fiebre amarilla no es erradicable, porque circula en la naturaleza en ausencia del ser humano y en forma independiente de éste. “Es lamentable que en los medios se haya prometido ‘la definitiva eliminación de la fiebre amarilla’ -destaca-, sin aclararle al público cómo funciona este sistema”.
Según el especialista, habría que montar un sistema de vigilancia que monitoree y permita detectar si existe una onda de propagación de la epizootia, y así implementar o reforzar el plan de vacunación.

 

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