Tres
décadas de investigación han demostrado que beber pequeñas
o moderadas cantidades de alcohol tiene efectos beneficiosos sobre el sistema
cardiovascular. El dilema de los médicos está en si recomendarlo
a determinado tipo de pacientes Arthur L. Klatsky*
El Comité de Redacción de Acta Bioquímica
Clínica Latinoamericana ha seleccionado y adaptado este artículo
de Investigación y Ciencia
para su difusión a través de FABA Informa
Arthur L. Klatsky*
Médico especialista en cardiología e investigador adjunto
en la división de investigación del Centro Médico
Kaiser-Permanente de Oakland, California.
La sociedad occidental siempre ha tenido problemas
para decidir si el alcohol era beneficioso o perjudicial. A pesar de la
popularidad del alcohol en la actualidad, muchos consideran sin embargo
la abstinencia una virtud. Ciertamente, el alcoholismo depara gran preocupación
por las terribles consecuencias que tiene sobre las personas que abusan
del alcohol y sobre la sociedad en general. Pero la preocupación
por los peligros derivados del abuso del alcohol con frecuencia lleva
a la negación emocional de que el alcohol pueda tener alguna cualidad
beneficiosa para la salud. Esta actitud negativa ignora la evidencia creciente
de que la ingesta moderada de alcohol previene determinadas dolencias
cardiovasculares, sobre todo infartos y embolias (causadas por la obstrucción
de los vasos sanguíneos). Algunos estudios demuestran incluso su
acción protectora contra la demencia, en no pocos casos secundaria
a enfermedades cardiovasculares.
El efecto del alcohol
Un debate sobre la moderación en la bebida requiere una definición
de lo que se considera “moderado”. Las simples definiciones
de poco, moderado o excesivo resultan arbitrarias, pero el consenso científico
sitúa el límite máximo para lo que se considera ingesta
de alcohol moderada en dos medidas estándar de alcohol al día.
Los estudios demuestran que sobrepasar estos límites puede resultar
dañino para la salud, aunque el sexo, la edad y otros factores
sean determinantes en el aumento y disminución de los límites
que cada individuo debería observar.
El principal beneficio sobre la salud del uso razonable del alcohol parece
ser una disminución en el riesgo de padecer cardiopatía
isquémica, secundaria al desarrollo de aterosclerosis (formación
de placas de grasa) en las arterias que llevan la sangre al corazón.
(La palabra “aterosclerosis” resulta de la yuxtaposición
de dos palabras griegas: athera, que significa “pulpa” o “papilla”,
se refiere al depósito de grasa, y sclera, que significa “duro”,
remite a la pérdida de elasticidad de los vasos sanguíneos).
La aterosclerosis obstaculiza el flujo sanguíneo y favorece la
formación de coágulos que pueden llegar a obstruir los vasos.
Es entonces cuando puede aparecer angina de pecho (molestias en el pecho
resultado de los bajos niveles de oxigenación del miocardio, el
tejido muscular del corazón), infarto (necrosis o destrucción
del miocardio, que ocurre cuando un coágulo o la constricción
de las arterias impiden que la sangre llegue al corazón) e incluso
la muerte, a menudo súbita. La dolencia suele aparecer a una edad
temprana, pero tarda décadas en convertirse en cardiopatía
isquémica sintomática. La cardiopatía isquémica
es la enfermedad del corazón más frecuente en los países
desarrollados y es causa del 60 por ciento de las muertes por enfermedades
cardiovasculares y de alrededor del 25 por ciento de todas las muertes
en estos países.
Los anatomopatólogos descubrieron las primeras claves de las cualidades
del alcohol a principios del siglo pasado, cuando observaron que la mayor
parte de las arterias de los fallecidos por cirrosis hepática alcohólica
estaban extraordinariamente “limpias”, sin asomo de aterosclerosis.
Una de las hipótesis explicativas sostenía que el alcohol
actuaba como disolvente inespecífico de los depósitos de
las arterias. Otra interpretación postulaba que los alcohólicos
morían antes de que la aterosclerosis tuviera oportunidad de desarrollarse.
Sin embargo, ninguno de estos argumentos ofrecía una explicación
satisfactoria al respecto.
Un dato revelador apareció a finales de los años sesenta,
gracias a Gary D. Friedman, del Centro Médico Kaiser Permanente
de Oakland, California. Friedman se propuso utilizar ordenadores para
descubrir nuevos predictores de infartos. En primer lugar, el poder de
la computación permitiría la identificación de personas
sanas con factores de riesgo similares a los de las víctimas de
infartos, entre los que se cuentan el tabaco, la hipertensión arterial,
la diabetes, los niveles elevados de colesterol LDL y los bajos de colesterol
HDL (colesterol “malo” y “bueno”, respectivamente,
tal como se conocen en el lenguaje común), el sexo masculino y
los antecedentes de enfermedades coronarias entre los familiares. Friedman
buscó entonces factores que pudieran predecir los infartos comparando
a los pacientes en cientos de formas. Por ejemplo, sus hábitos
deportivos y dietéticos, y sus respectivos niveles de diversos
componentes en la sangre. El ordenador aportó un descubrimiento
sorprendente: la abstinencia de alcohol estaba asociada al aumento en
el riesgo de sufrir un infarto.
Consumo de alcohol y salud
Muchos estudios habían omitido la relación, porque no habían
tenido en cuenta el uso del alcohol como un comportamiento separado de
la conducta del fumador. Ahora se sabe la razón: porque los bebedores
suelen ser, además, fumadores, el efecto negativo del tabaco impedía
percibir el beneficioso del alcohol. En 1974, se publicó el primer
estudio hasta entonces realizado sobre los efectos del consumo moderado
de alcohol en personas no fumadoras. Se descubrió una clara relación
entre el consumo de alcohol y la disminución en el riesgo de sufrir
un infarto.
Desde esa fecha, muchas de las investigaciones en torno a hombres y mujeres
de diversas razas y países han estudiado la relación entre
su actual estado de salud y el consumo previo de alcohol. Estos estudios
han arrojado firmes conclusiones que demuestran que los individuos que
no beben alcohol desarrollan con más frecuencia cardiopatía
isquémica, en sus formas fatales y no fatales, que los que consumen
alcohol con moderación. Además, en el año 2000 Giovanni
Corrao, de la Universidad italiana de Milan-Bicocca y Kari Poikolainen,
del Hospital para Adicciones Järvenpää de Finlandia, con
sus respectivos colaboradores, contrastaron los resultados de 28 investigaciones
ya publicadas sobre la relación entre el consumo de hasta 25 gramos
diarios de alcohol y la cardiopatía isquérnica. El riesgo
de desarrollar la enfermedad era inversamente proporcional al consumo
de alcohol. Veinticinco gramos de alcohol, el equivalente a dos unidades
estándar de bebida, reducía un 20 por ciento el riesgo de
un ataque al corazón, fatal o no.
Los nuevos datos relativos a la acción preventiva del alcohol frente
a la muerte por cardiopatía isquémica son aún más
sorprendentes. El pasado noviembre, durante una convención de la
Asociación Americana del Corazón, Friedman, Mary Anne Armstrong
y Harald Kipp y el autor examinaron un análisis actualizado realizado
sobre 128.934 pacientes que habían pasado revisiones médicas
entre 1978 y 1985, de los cuales 16.539 fallecieron entre 1978 y 1998,
3001 a consecuencia de enfermedades coronarias. Se descubrió que
el riesgo de muerte por enfermedades coronarias de aquellos que bebían
una o dos copas al día era un 32 por ciento inferior al de los
abstemios.
Mecanismos de Acción
Los mecanismos por los que el alcohol tiene efectos tan sorprendentes
sobre el sistema cardiovascular están íntimamente relacionados
con los niveles de colesterol y con la coagulación sanguínea.
Las grasas de la sangre, los lípidos, desempeñan un papel
fundamental en el desarrollo de la cardiopatía isquémica.
Múltiples estudios han demostrado que el consumo moderado de alcohol
aumenta de un 10 a un 20 por ciento los niveles de colesterol HDL, su
fracción beneficiosa para el corazón. Precisamente, las
personas con un elevado nivel de HDL, que aumenta con el ejercicio físico
y con determinados fármacos, tienen menos riesgo de padecer cardiopatía
isquémica.
La reducción del riesgo resulta de la capacidad del colesterol
HDL para reconducir el colesterol LDL al hígado para su reciclaje
o eliminación, entre otros efectos. De esta manera se reduce la
acumulación de colesterol en las paredes de los vasos sanguíneos
y, en consecuencia, se obstaculiza la formación de las placas ateroscleróticas.
El alcohol parece influir especialmente sobre la subespecie HDL3, con
efecto protector sobre el corazón, más que sobre el colesterol
HDL2, que aumenta con el ejercicio físico. No se conocen con detalle
las vías metabólicas del hígado por las que el alcohol
incrementa los niveles de HDL. Se sospecha su modulación de ciertas
enzimas hepáticas. Tres estudios distintos dirigidos a determinar
las aportaciones específicas del alcohol desembocan en un mismon
resultado común: se presume que gracias a los elevados niveles
de colesterol HDL en bebedores, el riesgo de padecer cardiopatía
isquémica disminuye en aproximadamente la mitad de los casos.
Los coágulos pueden provocar infartos si se llegan a formar en
las zonas de las arterias coronarias afectadas por aterosclerosis. Es
probable que el alcohol interrumpa la compleja cascada bioquímica
que provoca la coagulación de la sangre. Los trombocitos, componentes
celulares de los coágulos, pueden perder parte de sus propiedades
viscosas cuando hay alcohol por medio, lo cual disminuye su participación
en la coagulación, a pesar de que existen datos ambiguos al respecto.
Un estudio realizado en 1984 por Raffaele Landolfi y Manfred Steiner,
del Hospital Memorial de la Universidad de Brown, reveló que el
consumo de alcohol incrementaba los niveles de prostaciclina, sustancia
que interfiere en la coagulación de la sangre, en relación
con los niveles de trombocitoxacina, que activa la coagulación.
Walter E. Laug, de la Facultad Keck de Medicina de la Universidad del
Sur de California, demostró que el alcohol aumenta los niveles
de la fibrinolisina, una enzima que disuelve los coágulos. Múltiples
estudios sugieren, por último, que el alcohol disminuye los niveles
del fibrinógeno, un generador de coágulos.
En general, las propiedades anticoagulantes del alcohol no están
tan claramente definidas como lo están sus efectos sobre el colesterol
HDL e incluso algunos de sus efectos podrían resultar contraproducentes
si se consume alcohol de forma acusada, como la formación de trombocitos.
Lo cierto es que los consumidores moderados de alcohol se benefician de
sus efectos anticoagulantes, que parecen desempeñar una función
importante en la disminución del riesgo de sufrir un infarto. Es
más, hay estudios que demuestran que incluso las personas que toman
menos de dos copas al día, pongamos por caso tres o cuatro copas
a la semana, también se benefician de los efectos reductores del
riesgo de padecer cardiopatía isquémica. El alcohol en cantidades
pequeñas deviene un factor protector de gran importancia en cuanto
es un notable anticoagulante. Sin embargo, dichas cantidades de alcohol
parecen ser insuficientes para actuar de forma significativa sobre los
niveles del colesterol HDL.
Existen otras vías más sutiles, distintas de su capacidad
de aumentar el HDL y de disminuir la coagulación de la sangre,
por las que el alcohol podría reducir los riesgos de padecer cardiopatía
isquémica. El consumo moderado de alcohol también disminuye
el riesgo de afectación por diabetes mellitus tipo 2 (mayor prevalencia
en adultos), que es una poderosa predictora de la cardiopatía isquémica,
lo cual permite reducir de forma indirecta los riesgos de padecerla. Estos
efectos favorables se basan en una intensificación de la sensibilidad
a la insulina, que fomenta el empleo correcto de glucosa. (Un consumo
de alcohol elevado se relaciona, sin embargo, con el incremento de los
niveles de glucosa en la sangre, indicativo de una futura diabetes.) Aumentan
los datos que apuntan que la inflamación también favorece
la cardiopatía isquérnica. Precisamente, otro de los factores
que explican los efectos beneficiosos del alcohol sobre la cardiopatía
isquémica es su efecto antiinflamatorio, especialmente cuando actúa
sobre el tejido endotelial que tapiza el interior de los vasos sanguíneos.
Antes de admitir que el alcohol tiene efectos beneficiosos, cualquier
epidemiólogo intentaría detectar factores ocultos. ¿Es
posible atribuir el alto riesgo de padecer cardiopatía isquémica
de los abstemios a sus rasgos psicológicos, sus hábitos
alimentarios, la práctica de ejercicio físico o a otros
factores sin necesidad de invocar la ausencia de alcohol en su dieta para
explicarlo? Si estas características sirvieran para descartar el
aparente efecto preventivo del alcohol, se requeriría su contemplación
en ambos sexos, en todos los países y en varias etnias. Teniendo
en cuenta que no se han podido identificar dichas características,
la explicación más simple y plausible estriba en afirmar
que el consumo ligero o moderado de alcohol aumenta la salud cardiovascular.
Consumo de alcohol como reductor de riesgo
De hecho, los datos obtenidos cumplen con los criterios epidemiológicos
comunes que permiten establecer una relación de causalidad. Los
innumerables estudios que analizan el consumo ligero y moderado de alcohol
y sus efectos sobre la salud, logran conclusiones firmes. Los estudios
se realizaron respetando una secuencia temporal correcta, es decir, se
identificaron los hábitos de interés en individuos y posteriormente
se realizó un seguimiento de su salud durante un largo período
de tiempo. Efectivamente, los consumidores de alcohol presentan un perfil
de salud distinto del ofrecido por los abstemios. Los beneficios asociados
al alcohol pueden atribuirse a mecanismos biológicos plausibles.
El alcohol aporta beneficios de forma específica sobre la salud
cardiovascular, pero no protección general frente a cualquier enfermedad.
Los efectos del alcohol se pueden identificar con independencia de otros
factores “perturbadores” relacionados con el alcohol y que
podrían ser responsables del estado cardiovascular de un individuo.
Aunque pueda sorprender a más de uno, la reducción del riesgo
en un 30 por ciento resulta un dato menos convincente que los argumentos
arriba mencionados, porque no hay que descartar la existencia de un factor
perturbador totalmente desconocido que explique la relación de
causalidad. A modo de ejemplo extremo, imaginemos un conjunto hipotético
de genes que confieren a su poseedor un 60 por ciento menos de riesgo
de padecer cardiopatía isquémica y que, además, provoca
una fuerte predisposición por el consumo de cantidades moderadas
de alcohol. Las consecuencias independientes de los genes podrían
parecer ligadas por una relación causa-efecto. (Lo cierto es que
no se conoce ningún factor perturbador o similar, de manera que
la disminución del riesgo en un 30 por ciento aparece como probable
circunstancia sobre los efectos beneficiosos del alcohol.)
El consumo de grandes cantidades de alcohol no resulta más protector
que la ingesta de pequeñas dosis. La ausencia de una clara relación
entre la dosis de alcohol que se ingiere y la respuesta protectora sobre
el organismo, denota la fragilidad del estudio. Sin embargo, los datos
recogidos sustentan que la ingesta controlada de alcohol es beneficiosa
para el corazón. Debería apuntarse, sin embargo, que el
tipo de estudio considerado óptimo en la investigación del
ser humano (el ensayo clínico aleatorizado a ciegas) todavía
no se ha llevado a cabo. Un estudio de este tipo debería reunir
a un gran grupo de abstemios, la mitad de los cuales, escogidos de forma
aleatoria sin conocimiento de los investigadores, empezarían un
régimen moderado de alcohol, mientras que la otra mitad continuaría
abstemia. Habría que hacer un seguimiento de ambos grupos durante
años para observar eventuales diferencias en enfermedades cardiovasculares
y en los fallecimientos a causa del corazón.
Beber o no beber
La mayoría de las personas bebe por razones que no son las de sus
efectos beneficiosos sobre la salud; muchas de ellas ya han alcanzado
los niveles que aparentemente promueven la salud cardiovascular. Pero
el cúmulo de resultados relativos a los aspectos positivos del
alcohol supone un reto para los médicos. Por una parte parece que
el consumo de alcohol en cantidades reducidas a moderadas es mejor para
la salud del corazón que la abstinencia para determinadas personas.
Por otra parte es evidente que el consumo abusivo de alcohol es peligroso.
Puede conllevar cirrosis hepática, pancreatitis, determinados cánceres
y alteraciones neurológicas degenerativas, aparte de desempeñar
una importante función en multitud de accidentes, homicidios y
suicidios, así como en el síndrome del feto alcohólico.
(No hay datos concluyentes que vinculen el consumo moderado a ninguno
de estos problemas)
¿BEBER O NO BEBER? ESA ES LA CUESTIÓN
Roger R. Ecker, cirujano cardiovascular del Centro Médico Summit
de Oakland, California, y el autor desarrollaron este diagrama para ayudar
a las personas a considerar la inclusión del alcohol en sus dietas
y, en tal caso, su cantidad. Estos diagramas están diseñados
para ser utilizados por los médicos durante la consulta con sus
pacientes. Los factores de riesgo de padecer cardiopatía isquémica
aparecen relacionados al pie. “Bajo / Moderado” está
definido como el consumo de una bebida estándar* al día
para las mujeres y de hasta dos al día para los hombres. “Excesivo”
responde a tres o más bebidas al día en los hombres y dos
o más bebidas al día en mujeres. Esta tabla no debe aplicarse
a los siguientes individuos, que deberían abstenerse de tomar alcohol:
los menores de 21 años; las mujeres embarazadas; los abstemios
con antecedentes familiares de alcoholismo o con un historial de abuso
de alcohol, con órganos dañados por el alcohol, con cualquier
enfermedad hepática crónica, con riesgo genético
de padecer cáncer de pecho o de ovario o con creencias morales
o religiosas que prohíben el consumo de alcohol.
Factores de riesgo para la cardiopatía isquémica,
según las directrices del Programa Nacional de Educación
sobre el Colesterol:
1. Antecedentes familiares con cardiopatía isquémica
(padre o hermano menor de 55 años con cardiopatía isquémica,
madre o hermana menores de 65 años con cardiopatía isquémica)
2. Tabaquismo
3. Hipertensión arterial * Un vaso de vino tinto,
que contiene diez gramos de alcohol es un buen patrón para normalizar
las bebidas. Así, por ser equivalentes las cantidades de alcohol,
25 centilitros de cerveza o un vaso de 3 (tres) centilitros de alcohol
destilado (vodka o whisky) resultan bebidas de cuantía estándar.
4. Colesterol total superior a 200 mg.%
5. Colesterol HDL inferior a 35 mg % (si el HDL es superior
a 60 mg %, sustraer un factor de riesgo)
6. Ser varón de 40 años o más, y
ser mujer de 50 años o más.
Consumo abusivo
El consumo abusivo del alcohol sí conlleva alteraciones cardiovasculares.
El exceso de alcohol incrementa el riesgo de sufrir cardiomiopatía
alcohólica cuando el miocardio deviene demasiado débil como
para bombear la sangre de forma efectiva. También conlleva hipertensión
arterial (un factor de riesgo en sí mismo para la cardiopatía
isquémica, el ictus o embolia, la insuficiencia cardíaca
y la insuficiencia renal); y derrame cerebral, en que los vasos sanguíneos
se rompen en la superficie del cerebro. El consumo despreocupado de alcohol
también se asocia al “síndrome de las vacaciones del
corazón”, una perturbación eléctrica que interrumpe
el ritmo del corazón. El nombre alude a la elevada frecuencia con
que se da en los períodos vacacionales, durante los cuales las
personas suelen incrementar el consumo de alcohol.
Dados los peligros potenciales del alcohol, se plantea un dilema para
las personas y sus médicos. ¿Qué criterios deben
valorar para decidir la inclusión o no de alcohol en sus dietas?
Y, en caso de incluirlo, ¿en qué cantidades? Ayudaría
poder predecir de forma meticulosa los riesgos en que incurre un individuo
con la bebida. La última discusión relativa al consumo moderado
de alcohol es el problema del alcoholismo. El riesgo individual se puede
delimitar a través de los antecedentes personales y familiares
relacionados con el alcohol, como por ejemplo, enfermedades hepáticas
o, por supuesto, el alcoholismo. Incluso a pesar de haber considerado
factores conocidos, pueden suceder acontecimientos impredecibles en la
vida que aboquen a la bebida.
La sanidad pública se preocupa por las consecuencias del alcohol,
pero sólo recientemente se ha centrado con buen criterio en los
efectos sociales y médicos que acarrea su consumo abusivo. Los
problemas sociológicos que provoca el consumo abusivo de alcohol
han sido utilizados para justificar un llamamiento a favor de la abstinencia.
Sin embargo, en la actualidad se necesita un mensaje más complejo.
No es apropiado recomendar la mera abstinencia a aquellas personas que
consumen poco alcohol, pero que presentan un riesgo alto de padecer cardiopatía
isquémica y, en cambio, un riesgo bajo de verse afectados por el
alcoholismo. Gran parte de la población se integra en este grupo.
Los tratamientos más recomendables para este grupo indican una
dieta adecuada, dirigida a corregir el sobrepeso, la instauración
de ejercicio físico, el control de la diabetes mellitus, de la
hipertensión arterial y del colesterol, así como evitar
el tabaco. En esta lista de actividades beneficiosas hay cabida para los
que beben poco. La mayoría de los consumidores de alcohol en cantidades
bajas a moderadas ya ingieren la cantidad óptima de alcohol que
beneficia el sistema cardiovascular, por lo que deberían continuar
en esta tónica.
¿Qué aconsejar?
Jamás deberá aconsejarse alegremente a un abstemio que recurra
al alcohol en beneficio de su salud; la mayoría tiene estupendas
razones para justificar su abstinencia. Aun así hay excepciones.
La persona con cardiopatía isquémica que pretende dejar
todos sus malos hábitos: prescinde del tabaco, se pasa a la dieta
espartana, empieza a hacer deporte y, con la mejor de sus intenciones,
acaba con la sana costumbre de beber una cerveza o un vaso de vino cada
noche. Deben desecharse estas privaciones. Por otro lado, las personas
que beben poco pueden pensar en aumentar su dosis de alcohol para alcanzar
el estándar diario, en concreto, los hombres mayores de 40 años
y las mujeres que superan los 50 y que tienen un alto riesgo de padecer
cardiopatía isquémica, pero, en cambio, un riesgo bajo de
verse afectados por el alcoholismo o la cirrosis hepática. Las
mujeres deben considerar otro efecto disuasorio: varios estudios asocian
el consumo excesivo de alcohol -algunos lo asocian incluso con el consumo
bajo- a un incremento del riesgo de padecer cáncer de mamas, enfermedad
menos frecuente que las que afectan al corazón en mujeres posmenopáusicas,
pero sin duda relevante. Las mujeres jóvenes, poco propensas a
padecer cardiopatía isquémica a corto plazo, en realidad
no se benefician de los efectos que el alcohol tiene sobre el sistema
cardiovascular, por lo que el posible nexo entre alcohol y cáncer
de mamas debería bastar para disuadirlas de consumir alcohol. En
todo caso, para las mujeres, el límite máximo considerado
“medida moderada” debería situarse en una bebida al
día.
El único mensaje en claro que se obtiene de la relación
entre alcohol y salud es que todos los que beben en exceso deberían
reducir su consumo o abstenerse, al igual que cualquiera con antecedentes
personales o familiares de alcoholismo o enfermedades hepáticas.
Por lo demás, la mejor manera de evaluar los riesgos potenciales
y los beneficios derivados del alcohol en cada persona es individualizando.
El cirujano cardiovascular Roger R. Ecker y el autor elaboraron un algoritmo
que puede ser de ayuda a los médicos y a sus pacientes para decidir
cuánto alcohol, en su caso, es el adecuado para un individuo concreto
(véase el recuadro “¿Beber o no beber? Esa es la cuestión”).
En resumen, los médicos deberían orientar de forma objetiva
y equilibrada a cada individuo en función de su consumo de alcohol.
Estos consejos deberían confeccionarse a la medida de cada persona.
Se cree factible definir un límite claro y seguro de consumo de
alcohol que pueda aportar un beneficio a un selecto segmento de la población.
Los griegos propugnaban la moderación en todas las cosas. Tres
décadas de investigaciones demuestran la vigencia de este lema.
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