El Comité
de Redacción de Acta Bioquímica Clínica Latinoamericana
ha seleccionado y adaptado este artículo publicado en Investigación
y Ciencia (mayo de 2004) para su difusión a través de FABA
Informa
El consumo de drogas produce trastornos duraderos
en el circuito de recompensa del cerebro.
La comprensión de las bases moleculares de dichas alteraciones
ofrece nuevos enfoques para tratar el comportamiento compulsivo del adicto.
Por Eric J. Nestler y Robert C. Malenka
Rayas blancas sobre el espejo. Una aguja
y una cuchara. Sólo con ver la droga o cualquiera de los utensilios
que la suelen acompañar, el toxicómano empieza a estremecerse.
Anticipa el placer. Luego, vaciada la jeringa, llega la euforia real:
calor, claridad, visión, alivio, sensación de ocupar el
centro del universo. Durante unos instantes, todo parece hermoso. Pero
algo ocurre tras el consumo repetido de una droga, sea ésta heroína,
cocaína, whisky o anfetamina.
La dosis que antes producía euforia empieza a resultar insuficiente.
Pincharse o aspirar el narcótico se convierten en una necesidad.
Sin la droga, se hunde en la depresión y, a menudo, enferma. Empieza
a drogarse de forma compulsiva. Se ha hecho adicto. Pierde el control
sobre el narcótico y sufre el síndrome de abstinencia. El
hábito mina su salud, su bolsillo y su relación con los
demás.
Por tratarse de sustancias químicas que intensifican el sistema
cerebral de recompensa, las drogas producen sensación de euforia.
Dicho sistema está formado por un complejo circuito de neuronas
que ha evolucionado para proporcionarnos el placer de la mesa y del sexo,
actividades necesarias para sobrevivir y transmitir nuestros genes. Al
menos inicialmente, la excitación de este sistema nos aporta bienestar
y nos anima a repetir cualquier actividad que nos produzca placer.
De acuerdo con la investigación reciente, el consumo repetido de
drogas induce cambios en la estructura y la función de las neuronas
del sistema de recompensa que persisten semanas, meses o incluso años
tras la última dosis. En un mecanismo perverso, esta adaptación
del cerebro suprime los efectos placenteros que el adicto busca en las
sustancias psicoactivas. El deseo vehemente y compulsivo de droga le atrapa
en una espiral de consumo, y a la vez que fomenta el ausentismo laboral
y el abandono del hogar. Una mayor comprensión de estas alteraciones
neuronales debería contribuir al desarrollo de nuevos tratamientos
de la adicción que ayudaran a recuperar el cerebro y la vida del
drogadicto.
Comportamiento compulsivo
Apoyándose en experimentos de autoadministración en animales,
se han cartografiado las regiones del cerebro que participan en el comportamiento
adictivo y se ha descubierto la función principal del sistema de
recompensa. Las drogas se hacen con el control del sistema y estimulan
su actividad con una energía y persistencia superiores a cualquier
recompensa natural.
Un componente clave del circuito de recompensa es el sistema mesolímbico
de la dopamina: un conjunto de células nerviosas que tienen su
origen en el área tegmental ventral (ATV, cerca de la base del
cerebro) y dirigen sus proyecciones hacia determinadas regiones del prosencéfalo,
muy en particular hacia el nucleus accumbens. Esas neuronas del ATV se
comunican enviando dopamina ( un neurotransmisor) desde los extremos de
sus axones hasta los receptores alojados en las neuronas del nucleus accumbens.
La vía de la dopamina desde el ATV hasta el nucleus accumbens resulta
decisiva para la adicción: los animales que sufren una lesión
de esas regiones no vuelven a mostrar interés alguno por las sustancias
adictivas.
Evaluación de la recompensa
Las vías de la recompensa poseen una larga historia evolutiva.
En los mamíferos, el circuito de recompensa reviste gran complejidad.
Opera con otras regiones del cerebro para conferir emotividad a una experiencia
y dirigir la respuesta del individuo ante los estímulos de recompensa,
incluidos el alimento, el sexo y la interacción social. La amígdala,
por ejemplo, ayuda a valorar si una vivencia resulta agradable o repulsiva,
si debería repetirse o evitarse; contribuye también a entablar
conexiones entre una y otros indicios de referencia. El hipocampo participa
en el registro de recuerdos de un hecho: dónde, cuándo y
con quién ocurrió. Por fin, las regiones frontales de la
corteza cerebral coordinan y procesan toda esta información y determinan
el comportamiento ulterior del individuo. La vía ATV, accumbens,
mientras tanto, “indica” a los otros centros del cerebro cuán
satisfactoria es una actividad. Cuanto más nos satisfaga, tanto
más probable es que el organismo la recuerde e intente repetirla.
Aunque buena parte de nuestro conocimiento sobre el sistema cerebral de
recompensa lo hemos adquirido a través de modelos animales, la
investigación llevada a cabo en el último decenio mediante
técnicas de formación de imágenes ha corroborado
en el hombre la existencia de vías equivalentes relativas al control
de la recompensa natural y de la mediada por drogas. El recurso a la resonancia
magnética funcional o tomografía de emisión de positrones
(técnicas que miden cambios de flujo sanguíneo relacionados
con la actividad neuronal) nos ha permitido observar la excitación
del nucleus accumbens de un cocainómano cuando se le ofrece una
“raya”. Si a ese mismo drogadicto se le muestra un video en
el que aparece una persona consumiendo cocaína o una fotografía
de rayas blancas sobre un espejo, su nucleus accumbens responde de forma
semejante, junto con la amígdala y ciertas áreas de la corteza.
La vía dopamínica
¿A qué se debe que sustancias adictivas de distinta estructura
y dispar efecto ejercido insten unas respuestas similares en el circuito
de recompensa del cerebro? ¿Cómo pueden la cocaína,
un estimulante que acelera el ritmo cardíaco, y la heroína,
un sedante analgésico, ser tan opuestas en algunos aspectos y,
sin embargo, tan parecidas en la acción operada sobre el sistema
de recompensa? La respuesta no es otra que la siguiente: todas las drogas
de abuso, amén de cualesquiera otros efectos, provocan que el nucleus
accumbens reciba una abundante cantidad de dopamina o de otras señales
químicas que remedan al neurotransmisor.
Cuando una neurona del ATV se excita, transmite un mensaje eléctrico
a lo largo de su axón, eje que se extiende hasta el nucleus accumbens.
La señal en cuestión determina que se libere dopamina del
extremo axónico, hiato que separa a éste del nucleus accumbens.
El neurotransmisor se acopla entonces, instalado en la superficie de la
neurona del accumbens, y transmite su señal a la célula.
Para apagar más tarde la señal, la neurona del ATV detrae
la dopamina de la hendidura sináptica y la reempaqueta para usarla
en otra ocasión que convenga.
La cocaína y otros estimulantes desarman temporalmente la proteína
transportadora que se encarga de devolver el neurotransmisor a las terminales
de la neurona ATV; se posibilita de ese modo que el nucleus accumbens,
reciba un exceso de dopamina. La heroína y otros opiáceos,
por su parte, se unen a las neuronas ATV productoras de dopamina. Al desbloquear
este freno celular, se segrega en demasía dopamina en el nucleus
accumbens. Los opíaceos pueden emitir también un poderoso
mensaje de recompensa al actuar sin intermediarios sobre el nucleus accumbens.
Además de proporcionar esa inyección extra de dopamina,
inductora de euforia y mediadora de la recompensa inicial y del refuerzo
de la misma, las drogas ocasionan otras alteraciones. Con el tiempo, el
circuito de recompensa se adapta al consumo repetido: el cerebro se torna
adicto.
Tolerancia y dependencia
Las etapas iniciales de la adicción se caracterizan por la tolerancia
y la dependencia. Tras cierto saboreo de la droga, el adicto empieza a
necesitarla en mayor cuantía para alcanzar los mismos efectos sobre
el talante, la concentración, etcétera. Esta tolerancia
provoca un progreso geométrico del consumo, que termina en la dependencia.
El drogadicto siente una intensa ansiedad compulsiva, un sufrimiento emocional
que se convierte en físico si se le impide el acceso a la droga.
Tolerancia y dependencia se deben a la anulación de ciertas partes
del circuito de recompensa lo que no deja de resultar paradójico.
En el corazón de esta cruel supresión se encuentra la proteína
CREB (de cAMP response element-binding protein”). Se trata de un
factor de transcripción, una molécula que regula la expresión,
o actividad, de genes y, por lo tanto, determina el comportamiento de
la neurona. Cuando se consumen drogas, aumenta la concentración
de dopamina en el nucleus accumbens; ello provoca que las células
sensibles a la dopamina incrementen la producción de AMP cíclico
(AMPc), una pequeña molécula de señalización
que, a su vez, activa CREB. Entonces, esta proteína se une a un
grupo específico de genes y dispara la síntesis de las proteínas
determinadas por dichos genes.
El uso crónico de una droga induce la activación persistente
de la proteína CREB, que potencia la expresión de sus genes
diana, algunos de los cual es codifican proteínas que acallan el
circuito de recompensa. Por ejemplo, CREB controla la síntesis
de dinorfina, una molécula natural con propiedades opiáceas.
La dinorfina se sintetiza en un subgrupo de neuronas del nucleus accumbens.
Estas, en un mecanismo retroactivo, bloquean las neuronas del ATV. La
acción de CREB, por tanto, termina por silenciar (mediante la producción
de dinorfina) el circuito de recompensa del cerebro; induce tolerancia
al tornar menos satisfactoria la cuantía previa de la dosis. El
aumento de los niveles de dinorfina también contribuye a la dependencia,
pues la inhibición de la vía de recompensa deja al individuo
privado del estupefaciente, deprimido e incapaz de disfrutar de experiencias
que antes le resultaban placenteras.
Ver imagen 1
Pero CREB constituye sólo una pieza más del engranaje. Este
factor de transcripción se apaga a los pocos días de abandonar
la droga. No cabe, pues, atribuir a dicha proteína los trastornos
perdurables, las alteraciones cerebrales que hacen que el adicto vuelva
a la droga, pasados incluso años o decenios de abstinencia. Esta
recaída se debe, en gran medida, al fenómeno de la sensibilización,
que potencia los efectos causados por la droga.
La acción de delta FosB: sensibilización
Por contradictorio que parezca, una misma sustancia puede evocar tolerancia
y sensibilización. Tras la administración de una dosis,
se intensifica la actividad del factor de transcripción CREB y
se impone la tolerancia: durante varios días, siente la necesidad
de aumentar la dosis para realimentar el circuito de recompensa. Pero
si logra abstenerse, o decae la actividad de esa proteína, en cuyo
momento la tolerancia deja el mando a la sensibilización, que apacigua
el deseo ansioso subyacente a la búsqueda compulsiva de droga.
En ese estadio, que persiste incluso durante largos períodos de
abstención, un simple recuerdo o la administración de una
pequeña dosis pueden provocar la recaída. Para entender
las raíces de la sensibilización debemos abordar los cambios
moleculares que persisten más allá de unos días.
Para ello contamos con un candidato firme, el factor de transcrpción
delta FosB.
En el proceso de la adicción, el papel de la proteína delta
FosB difiere del desarrollado por el factor CREB. De las investigaciones
realizadas con ratones y ratas se desprende que, ante un abuso crónico
de estupefacientes, aumentan de manera gradual y progresiva las concentraciones
del delta FosB en el nucleus accumbens y otras regiones del cerebro. Por
tratarse, además, de una proteína extraordinariamente estable,
permanece activa en estas células nerviosas durante semanas o incluso
meses después de la última dosis. Tan larga persistencia
le permite mantener los cambios en la expresión de genes transcurrido
mucho tiempo desde la interrupción del consumo de droga.
La investigación con ratones mutantes que sintetizan cantidades
excesivas del delta FosB en el nucleus accumbens demuestra que la actividad
prolongada de esta molécula induce en ellos hipersensibilidad a
las drogas. Tras interrumpir la administración de droga y su posterior
disponibilidad, los animales se mostraban muy propensos a la recaída.
De acuerdo con este hallazgo, las concentraciones de delta FosB podrían
contribuir al incremento perdurable de la sensibilidad de las vías
de recompensa en el hombre. Importa señalar que la proteína
delta FosB se sintetiza en el nucleus accumbens de los ratones también
en respuesta a recompensas repetitivas sin vinculación con la droga:
por ejemplo, un terrón de azúcar tras un ejercicio intenso
en la noria. Por consiguiente, el factor de transcripción podría
tener una misión más general en el desarrollo de comportamientos
compulsivos asociados a un abanico amplio de estímulos con recompensa.
Ciertos resultados recientes apuntan hacia determinado mecanismo que explicaría
la persistencia de la sensibilidad después incluso de que los niveles
de la proteína delta FosB retornasen a su normalidad. La exposición
crónica a la cocaína y otros estupefacientes promueve la
aparición de nuevas espinas dendríticas en las neuronas
del nucleus accumbens; esos botones terminales posibilitan el establecimiento
de nuevas conexiones entre neuronas. En los roedores, esa producción
de botones continúa en los meses subsiguientes al abandono del
consumo. ¿ Qué nos enseña esa observación?
Sugiere, cuando menos, que el factor delta FosB podría ser responsable
de la formación de las espinas adicionales. Y si nos dejamos llevar
por la especulación, podríamos pensar, basados en tales
resultados, que las conexiones trenzadas merced a la actividad de la proteína
FosB multiplican la asociación semiótica, durante años,
entre las células conectadas. Tamaño refuerzo señalizador
podría explicar, tal vez, la reacción desproporcionada del
cerebro ante cualquier referencia a la droga. A la postre, los cambios
operados en la configuración de las dendritas constituirían
la adaptación decisiva a la intransigencia de la adicción.
La señalización del glutamato
Hasta ahora hemos centrado nuestra atención en los cambios inducidos
por el abuso de drogas que se relacionan con la dopamina del sistema de
recompensa del cerebro. Recuérdese, además, que la amígdala,
el hipocampo y la corteza frontal intervienen también en el proceso
de adicción, formando una suerte de bucle con el área tegmental
ventral y el nucleus accumbens. Todas esas regiones se comunican con el
sistema de recompensa mediante la liberación de glutamato, un neurotrasmisor.
Al promover el flujo de dopamina desde el nucleus accumbens y el ATV,
las drogas alteran también, durante días la capacidad de
respuesta de esas dos estructuras cerebrales ante la concentración
de glutamato. Parece que esta alteración de la sensibilidad al
glutamato potencia las vías neuronales que vinculan el recuerdo
del consumo de drogas con un intenso placer, lo que alimenta el deseo
de repetir la experiencia.
Se desconoce todavía el mecanismo mediante el cual las drogas alteran
la sensibilidad al glutamato en la vía de recompensa.
Considerados en su conjunto, todos los cambios que las drogas inducen
en el circuito de recompensa aquí abordados promueven, en último
término, la tolerancia, la dependencia, la ansiedad compulsiva,
la recaída y el comportamiento complejo que caracteriza a la adicción.
Pese a los puntos oscuros podemos emitir algunas afirmaciones ya seguras.
Durante un largo período de consumo y poco después de abandonar
la droga, predominan los cambios registrados en la concentración
de AMPc y en la actividad de CREB en las neuronas de la vía de
recompensa. Estas alteraciones producen tolerancia y dependencia, pues
reducen la sensibilidad de la droga y dejan deprimida y sin motivación
a la víctima. Si esa abstinencia se prolonga, predominan los cambios
en la actividad de delta FosB y en la función semiótica
del glutamato. Tales acciones parecen ser las que impulsan al adicto a
ir por otra dosis: por un lado, en caso de recaída aumentan la
sensibilidad a los efectos de la droga; por otro, traducen en intensas
respuestas el recuerdo de los momentos de euforia o cualquier referencia
que los evoque.
Las investigaciones de las funciones señalizadotas de CREB, delta
FosB y glutamato abordan las cuestiones centrales de la adicción,
pero el proceso no acaba ahí. A medida que se vaya ahondando en
el tema, irán apareciendo otras adaptaciones moleculares y celulares
del circuito de recompensa y de las áreas del cerebro asociados
que habrán de arrojar luz sobre la verdadera naturaleza de la adicción.
Ver
imagen 2
Terapia
Además de ofrecer una mayor comprensión de las bases biológicas
de la drogadicción, el descubrimiento de estas alteraciones moleculares
proporciona nuevas orientaciones para el tratamiento bioquímico
de la patología. Apremia dar con nuevas terapias. Junto al evidente
deterioro físico y psicológico, la adicción produce
enfermedades: los alcohólicos están expuestos a cirrosis
hepáticas, los fumadores a cáncer de pulmón y los
drogadictos que comparten jeringuillas al contagio del sida. En términos
sanitarios y de productividad, la adicción supone una sangría
para todos los países. Constituye un grave problema social. Las
terapias que pudieran corregir las reacciones adictivas ante estímulos
de recompensa proporcionarían un enorme beneficio a la sociedad.
Los tratamientos disponibles fracasan en la mayoría de los casos.
Ciertos fármacos evitan que la droga llegue a su objetivo, pero
no liberan al enfermo de su adicción, que sigue preso de su síndrome
de abstinencia. Otros remedan los efectos de la droga; son los que calman
la ansiedad del adicto el tiempo suficiente para que éste se desintoxique.
Se corre el riesgo, sin embargo, de que con tales sustitutos químicos
se reemplace un hábito por otro. Por último, existen tratamientos
psicológicos de rehabilitación que ayudan al enfermo a controlar
sus adicciones (por ejemplo, los populares programas de 12 pasos desarrollados
por las asociaciones de alcohólicos anónimos), si bien una
buena proporción de pacientes reincide.
Con un conocimiento más profundo de la biología de la adicción,
los investigadores habrán de poder pergeñar fármacos
que contrarresten o compensen los efectos a largo plazo ejercidos por
las drogas sobre las regiones de recompensa del cerebro. Compuestos que
interaccionen específicamente con los receptores de la dopamina
o del glutamato en el nucleus accumbens, o sustancias que eviten que los
factores de transcripción CREB o delta FosB actúen sobre
sus genes diana, podrían a buen seguro liberar al enfermo de su
adicción.
Sería muy conveniente saber identificar a las personas más
proclives a la adicción. Sin restar importancia a los factores
psicológicos, sociales y ambientales, la investigación acometida
entre familias expuestas nos revela que, en el hombre, podría haber
hasta un 50 por ciento de componente genético en el riesgo convertirse
en un adicto. Aunque no se ha logrado identificar todavía los genes
involucrados, si pudiéramos reconocer la propensión de una
fase precoz, podríamos dirigir la intervención hacia esa
población más vulnerable.
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