Acta Bioquímica
Clínica Latinoamericana
La amenaza de
los nuevos virus

El Comité de Redacción de Acta Bioquímica Clínica Latinoamericana ha seleccionado este artículo publicado en la Revista "Muy Interesante" (diciembre de 2002) para su difusión a través de FABA-Informa

En el verano de 1999, 62 neoyorquinos ingresaron en diferentes hospitales aquejados de sufrir fiebre alta, dolor de cabeza y malestar general. Lo que en principio parecía un proceso gripal no tardó en mostrar su verdadera naturaleza. Las pruebas exploratorias confirmaron que todos ellos sufrían encefalitis, una hinchazón cerebral o meningitis, la inflamación de la envoltura del cerebro y de la médula espinal. Pero para sorpresa de los médicos, los análisis rutinarios no detectaron la presencia de agentes microbianos.

Las muestras de sangre y fluido medular enviados al Centro de Enfermedades Transmisibles (CDC), en Atlanta, permitieron identificar al autor de esta erupción infecciosa. Se trataba del virus West Nile o del Nilo Occidental, un extraño microbio que nunca antes había pisado suelo estadounidense.

El virus, para el que no hay tratamiento específico, infecta de forma natural a aves, que hacen las veces de reservorio o almacén vírico, y pasa a otros animales y a los seres humanos a través de la picadura de los mosquitos del género Culex, que actúan como vectores.

En esta primera visita a EE.UU., el West Nile se cobró siete vidas. Su expansión por el Nuevo Mundo no había hecho más que comenzar. En el año 2000, el virus volvió a castigar a los neoyorquinos: 21 casos y dos fallecimientos. En 2001, amplió su radio de acción a otros estados, alcanzando incluso Georgia y el sur de Notario, en Canadá; 66 personas cayeron enfermas y nueve murieron. Y en lo que va del año, el virus atacó a 2.405 estadounidenses; de éstos, 117 murieron. En su corta estancia, el West Nile infectó a 14 especies de mosquito y su súbita expansión, aprovechando las rutas migratorias de las aves, afecta ya a 40 estados de ese país.

La luz roja se ha encendido. Con la información que proporcionan los satélites atmosféricos, los científicos intentan seguir e incluso predecir los movimientos del virus. Los mapas del satélite muestran las temperaturas a escala nacional, la distribución de la vegetación, las rutas migratorias y el punto exacto donde han aparecido infecciones. La combinación de estos datos permite identificar los lugares que reúnen las condiciones idóneas para la reproducción del mosquito.

Un virus viajero: de Israel a la Gran Manzana

En otro frente de acción, los científicos intentan diseñar con rapidez una vacuna contra el West Nile. El primer esbozo fue presentado el pasado mes de marzo en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS). El biólogo molecular Alexander Pletnev y sus colegas del Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas estadounidense desarrollaron una vacuna híbrida que protege del virus a los ratones. Para obtenerla, Pletnev manipuló genéticamente el virus del dengue –infección que anualmente afecta a 60 millones de personas y mata a 30.000-, para así anular su poder maligno, e incluyó en su genoma ciertos genes del West Nile. La administración a humanos de la vacuna, previo ensayo con primates, está en ciernes.

¿Pero de dónde ha surgido este asesino? El West Nile fue aislado por primera vez en una mujer de Uganda, en 1937. Dos décadas más tarde, un brote en Israel permitió a los científicos relacionarlo con una serie de graves inflamaciones cerebrales en pacientes ancianos. En los años sesenta, volvió a dar señales de vida en Egipto y Francia, pero en esa ocasión se ensañó con los caballos. A lomo de aves y mosquitos, el agente infeccioso también alcanzó Africa del Sur, Checoslovaquia, India y Francia. Responsable de estados febriles pasajeros, el virus no desató ninguna alarma sanitaria.

La situación cambió radicalmente a partir de 1994, luego de protagonizar graves epidemias de encefalitis, tanto en humanos como en equinos, en Argelia (1994), en Rumanía y Marruecos (1996), en la República checa (1997), en Italia y el antiguo Zaire (1998), y en Rusia y Estados Unidos (1999). En este último brote, el perfil genético de la cepa detectada en Nueva York coincide con el de otra aislada anteriormente en Israel. Cabe entonces preguntarse cómo llegó el virus hasta los mosquitos que revolotean en Central Park. Es más, ¿por qué el West Nile muestra ahora su perfil más virulento?.

El agente inofensivo se convierte en muy peligroso

El West Nile pertenece a un grupo de agentes infecciosos que vino a complicar la existencia a los virólogos, que bastante trabajo tenían con mantener controlados los virus tradicionales, como los que causan la rubéola, la gripe, las hepatitis o el sarampión.

Los nombres que identifican a los nuevos virus, también llamados virus emergentes, son tan exóticos como: Ébola, Lassa, Machupo, Guanarito, Puumala, Sabia, Nipah... Se trata de virus que parecen salir de la nada y que son responsables, a veces, de graves epidemias. Un ejemplo: desde que se detectó en Sudán y Zaire, en 1976, el virus Ébola ha matado a casi 800 víctimas de las 1.100 diagnosticadas. Menos del 10 por ciento de los enfermos sobrevive a la infección.

Como dice Bernard Le Gueno, virólogo del instituto Pasteur, "virus nuevos, patologías a veces fulminantes". Pero a pesar de su denominación, estos virus no son "nuevos", ya que no hay que olvidar que ningún ser vivo surge por arte de magia: a lo sumo, la acumulación de mutaciones o recombinaciones genéticas en virus existentes engendra cepas más agresivas e intratables. En otros casos, se trata de agentes virales que habían pasado inadvertidos o confundidos con virus próximos y que ahora salen a la luz gracias a las modernas técnicas de análisis genético.

Normalmente, estos patógenos llevan una existencia discreta, infectando roedores, simios, murciélagos, aves, artrópodos y otros animales salvajes, y colonizando ecosistemas muy diversos. Las alteraciones de su ciclo vital o del entorno, ya sea por causas naturales o por acción del hombre, hacen posible que franqueen la llamada barrera de especie: un virus de origen animal consigue infectar por primera vez a un ser humano.

El calentamiento global está facilitando su expansión

Richard Ostfeld, del Instituto del Estudio de Ecosistemas, en Millbrook (Nueva York), investiga cómo el calentamiento global puede impulsar la expansión de estos virus exóticos.

"No quiero ser alarmista, pero estoy alarmado", dice Ostfeld. Aunque reconoce que sus estudios son controvertidos, asegura que tiene evidencias de que el aumento de las temperaturas facilita la dispersión de los reservorios y vectores de agentes patógenos a latitudes que jamás osaron colonizar.

Ahora bien, un nuevo virus sólo puede infectar a unos cuantos individuos, para luego desaparecer. Éste es el caso del virus gripal de origen aviar que en 1997 provocó en Hong Kong 18 infecciones humanas y siete víctimas fatales. Entonces los responsables sanitarios temieron lo peor: la aparición de una pandemia tan mortífera como la llamada gripe española, que causó 20 millones de muertos en 1918. Como medida preventiva, se sacrificaron un millón y medio de pollos, aunque para nuestra tranquilidad el virus se mostró incapaz de pasar de un humano a otro.

No puede decirse lo mismo del VIH 1 y VIH 2, los virus causantes del sida. Sus moldes originarios, los retrovirus que infectan a simios africanos, lograron hace unos 50 años transformarse y evolucionar para colarse en los linfocitos humanos. El primer caso de sida apareció en 1982 y desde entonces se convirtió en epidemia mundial. Hoy, el número de personas infectadas por VIH asciende a 40 millones. El 70 por ciento de los afectados vive en el África subsahariana, donde sólo 30.000 tienen acceso a la medicación antiviral. El sida ya dio muerte a 22 millones de enfermos, y cada día se mete en el cuerpo de 15.000 nuevas víctimas. Esto no es todo, según Bernhard Schwartlander, director del departamento de VIH/SIDA de la OMS, de hoy a 2010, ocurrirán 45 millones de nuevas infecciones.

Otros agentes víricos han tenido alcances similares: por ejemplo, el de la hepatitis C, descubierto gracias al desarrollo da la biología molecular, logró infectar 300 millones de personas en todo el mundo; y cepas de virus mutantes de la gripe surgen periódicamente, cada 10 ó 15 años, provocar pandemias que afectan al 80 por ciento de la población mundial –la última fue la gripe rusa, en 1977-.

Pero entre los virus aparecidos en tiempos recientes, los causantes de las llamadas fiebres hemorrágicas ocupan un lugar preeminente. Los afectados siempre presentan un estado febril que puede ir acompañado de pérdidas de sangre; a nivel cutáneo éstas se manifiestan en forma de petequias –capilares que estallan bajo la piel- y equimosis –manchas de color oscuro-. La infección puede causar lesiones neurológicas, renales y digestivas; y en los casos más graves los pacientes mueren de hemorragias internas.

La fiebre amarilla provoca estragos en África

Algunos de estos virus sangrantes pertenecen a la familia Flaviviridae y se conocen dede hace décadas. Ése es el caso del mencionado dengue y de los virus Amaril transmitidos por mosquitos del género Aedes y responsables de la fiebre amarilla, así como de otros agentes víricos que también se propagan con la ayuda de mosquitos garrapatas y otros artrópodos.

A pesar de la existencia de una vacuna eficaz, la fiebre amarilla avanza sin freno en África, y el dengue hemorrágico, enfermedad endémica de las zonas tropicales y subtropicales, a partir del foco del Sudeste asiático, pende como una espada de Damocles sobre Estados unidos. La razón: el mosquito Aedes albopictus –vector del dengue- viajó hasta Houston, en 1985, como polízón en unos neumáticos importados de Japón. Hoy, al mosquito se lo puede encontrar en 17 estados americanos.

Ahora bien, los últimos agentes virales en mostrarnos los dientes pertenecen a otras tres familias: la Arenaviridae, con virus como Lassa, Junín y Machupo; la Bunyviridae, que agrupa, entre otros, a los virus Rift, Hantaan, Puumala y Sin nombre; y la Filoviridae, donde se destacan el Marburg, y el temible Ébola. Todos estos virus causantes de fiebres hemorrágicas circulan de forma natural en diversas poblaciones de animales y sólo propician epidemias cuando el hombre entra en contacto accidentalmente con sus reservorios y vectores. Por ejemplo, el arenavirus Guaranito, descubierto en 1989 durante una epidemia en Venezuela, tiene como reservorio el roedor Sigmodon alstoni. Los primeros 15 infectados fueron unos campesinos que, al clarear una zona boscosa, levantaron y aspiraron polvo infectado por la orina y excrementos del roedor.

Y la aparición del Sin nombre en Estados Unidos hace ocho años se debió a las copiosas lluvias y nevadas que cayeron en la primavera de ese año en la zona montañosa de los estados de Colorado, Nevada y Nuevo México. La excepcional humedad causó una producción excesiva de piñones, un manjar para el reservorio del virus, el ratón Peromyscus maniculatus. La abundancia de comida hizo que la densidad de estos roedores se duplicara en apenas un año, lo que multiplicó el riesgo de que entrara en contacto con el hombre.

En mayo de 1993, un total de 16 personas enfermaron.

Hasta hoy, los métodos de prevención y erradicación contra estos virus son precarios. Su aparición y ensañamiento lejos del mundo desarrollado, el dificilísimo control de los vectores y los reservorios, así como la necesidad de encerrarlos en laboratorios de alta seguridad para su manejo son factores que condicionan la batalla contra los virus emergentes. Microbios, por cierto, que en cualquier momento pueden presentarse sin previo aviso, ya sea en el interior de sus huéspedes naturales o en el cuerpo de turistas que visitan las zonas de alto riesgo.

Fué Descubierta la estructura tridimensional del dengue

Si bien, algunos fármacos, como la ribavirina, se mostraron eficaces un brote de hantavirus ocurrido en China, la Comisión Europea acaba de presentar una nueva técnica para diagnosticar el Ébola, y los genomas de éste y del dengue ya están secuenciados. Su estudio permitirá diseñar otros fármacos y vacunas para combatirlos. También será de gran utilidad el conocimiento de la estructura viral: el pasado mes de marzo, científicos de la Purdue University y del Instituto Tecnológico de California publicaron en la revista Cell la anatomía tridimensional del virus del dengue, que está emparentado con el West Nile y otros flavivirus patógenos.

Pero los peligros asociados a las enfermedades infecciosas no se limitan a las epidemias protagonizadas por virus emergentes. La guerra del Golfo Pérsico y más recientemente los atentados del 11 de septiembre resucitaron el fantasma de las armas biológicas. El temor a su uso por grupos terroristas demoraron la destrucción de los últimos virus vivos de la viruela, como preveía una resolución de la OMS. Su conservación sería de gran utilidad en el caso de reemergencia del virus por accidente o de forma intencionada.

Por otro lado, el CDC no excluye que algunos de los virus hemorrágicos entren a formar parte del arsenal biológico. En su lista aparecen mencionados dentro de la categoría A, que incluye las armas biológicas más mortíferas, ciertos filovirus, como el Ébola y el Marburg; y arenavirus del tipo del Machupo y el Lassa.

Médicos de Londres quieren resucitar la gripe española

No menos inquietante es la posibilidad de que los terroristas fabriquen sus propios microbios. Sin ir más lejos, el pasado mes de julio, científicos de la Universidad Estatal de Nueva York sintetizaron desde cero el virus de la polio. Para ello, sólo tuvieron que servirse de la secuencia genética del microbio, que está disponible en internet. Voces autorizadas ya han advertido que la misma técnica puede ser empleada para recrear virus como el del Ébola, la viruela o la gripe española, que, por cierto, intenta resucitar un grupo de expertos del Hospital San Bartolomé, en Londres.